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Entradas

Mostrando las entradas de junio, 2023

Las tres rosas del rancho.

LAS TRES ROSAS. Cada vez que los vientos torrenciales visitaban las riberas bajas del rio Orinoco, el rancho de Pedro Tinoco crujía lamentándose de los años de su existencia. Era un hablar inexpresivo para anunciar que de un momento a otro se desplomaria. Pedro Tinoco era viudo y padre de tres adolescentes, Rosa María de dieciséis años con una personalidad simple, incapaz de refutar una orden. Habia asumido el rol de madre aunque le causaba molestía interrumpir sus exploraciones al monte en busca de cualquier planta con flores, para sembrarlas en su pequeño jardín, por atender a sus hermanas. Rosa Virginia de catorce, impetuosa y con la costumbre de llevar la contraria en todo. La menor era Rosa Lucero, era la manifestación pura de la inocencia congelada de una niña de cinco años en el cuerpo de una de doce. Pedro Tinoco había perdido la rigidez de su juventud, se escondía de vez en cuando en los manglares del río a conversar con la memoria su esposa quien habia partido en el nacimient

Los muebles de María Balmore.

  LOS MUEBLES DE MARÍA BALMORE. Los muebles de María Balmore eran el atractivo principal de la gran casa, una mansión de paredes muy altas al estilo colonial. Tenía un gusto predilecto por recibir visitas, y contarles según la adquisición del momento, sobre el último mueble de caoba por ejemplo, fabricado por un maestro alemán. Si se trataba de madera importada la caoba y el almendrillo eran sus preferidos, y de ser nacional se inclinaba por el roble y el samán. Como dirigente social y representante de la revolución, se encargaba de llenar la mesa fabricada con tablones de saladillo puesta en la sala de recibo, con pasapalos dulces y salados. Desde la entrada adornaba con tulipanes alemanes, ya que las flores nacionales le parecían un tanto vulgar y fuera de tono, para recibir a tal o cual personaje importante del partido. Su mueble preferido donde nadie más que ella podía sentar, era una mecedora de madera libanés, con un dragón grabado en cada posador de brazo. Allí se sentaba a con

La casa de Marcela

  Muchas son las Marcelas que han pasado o están pasando por esto. Un cuento que no es tan cuento. #mujer #maltratoemocional #relato #escritores  LA CASA DE MARCELA. La podredumbre de aquella casa de paredes agrietadas era imperceptible al olfato ya acostumbrado de Marcela, la fui a visitar para que mi madre no me tomara por mala gente. Cada vez que ella no podía ir, me encomendada la tarea de llevarle una bolsa de alimentos por aquello de bondad del corazón.  Al entrar, Marcela me pedía que me quitara los zapatos para no ensuciar el piso de la sala, debía realizar un esfuerzo grande para disimular la grima que me causaba la cerámica manchada de excremento de perro, unas disecadas y otras frescas. Ella siempre vestía con vestidos enterizos no muy variados, o era el blanco curtido, el rojo con machones de carbón o el azul estampado de manteca rancia. El pelo despeinado y pobre de vitalidad; caminaba lento por el avanzado estado de su embarazo, me ofrecía café algunas veces me excusaba,

LA FAMILIA HERRADA

 LA FAMILIA HERRADA. —Mi familia no es mala, solo tienen una bondad invertida. Decía don Viviano Herrada en la posteridad de sus años, rumiando en la soledad de su viudez, vivía en la casa montonera, esa grande de paredes blancas y techo de láminas de zinc, pisoteadas por fragmentos de piedras para que el viento no las desmontara, justo al pie del gran cerro pan de azucar. Vivía con su hijo Prudencio Herrada, un hombre que se adjudicaba disimuladamente el monopolio de la sinceridad, descubierto en el atropello de sus palabras desmedidas e hirientes. No conocía la empatía. Era casado con Ilustrina Herrada, quien frenética por mantener la posición de una mujer culta y modernista, se había convertido en una come libros. Dormía con las meditaciones de Marco Aurelio bajo la almohada, al despertarse y antes de poner bocado en su boca repasaba religiosamente un libro de astrología, así sabía que le deparaba el destino para ese día, después del almuerzo se sentaba en el corredor con el diario

La farmacia de Hernán y el año del paludismo (malaria)

LA FARMACIA DE HERNÁN Y EL AÑO DEL PALUDISMO. Con la construcción de la carretera, Cabruta pasó de ser el pequeño pueblo en el que no sucedia nada inusual, ubicado a la margen del río a ser el pueblo donde se cambiaron los medios de traslado como el burro y el caballo, por automóviles y motocicletas. Dejó de ser una sociedad endoeconómica y se creó la primera ruta de transporte pesado para comercializar el algodón, las verduras, leguminosas, la carne de ganado y el queso en las grandes ciudades. Ese mismo año llegó un farmaceuta llamado Hernán, cuyo misticismo sazonaba su sapiencia en la medicina convencional y la naturista, está segunda heredada de su abuela materna, una mujer muy instruida en los beneficios secretos que revelaban las plantas si se les trataba con delicadeza.  El día que llegó junto a su mujer y a sus dos hijas, a la casa de un amigo suyo quien era un comerciante de origen libanes, llevaba consigo dos maletas repletas de medicina. Al entrar y antes de saludar a su ami

UNA NOCHE SIN CENAR

  UNA NOCHE SIN CENAR. Concepción Gamarra era un pastor que vivía en la parte alta del barrio camoruquito en San Juan de los Morros, había fundado una iglesia en un sector aledaño a su comunidad donde tenía pocos miembros, era un templo de media pared, piso rustico y un techo que por cada invierno dejaba colar los chorros de agua. Esa precariedad se compensaba con la felicidad que irradiaba su gente, todos paliando vidas que no eran dignas de repetir incluyendo la de Concepción Gamarra. Pocos sabían de su vida anterior cuando las calles, el vicio y la delincuencia eran su pasar de tiempo predilecto. Tenía una esposa la cual tenía como mayor adorno de hermosura una sonrisa que denotaba a una mujer tan llena de cicatrices como llena de esperanza y firmeza, dos hijos varones uno entrado en la adolescencia y el otro a pocos meses de ello. Tenía Concepción en todo el barrio una reputación que le garantizaba que nadie podía señalarlo con el dedo, luchaba por mantener a raya esos fantasmas

LOS NOMBRES DEL MONSTRUO

  LOS NOMBRES DEL MONSTRUO. A sus cortos doce años Jonás sostenia una frígida discusión con su amigo Martín quien afirmaba que el coco era real, Jonas le aseguraba que si  existía un monstruo, pero no se llamaba coco y que no se escondía debajo de la cama de los niños, que escogía ciertos hogares para vivir, y tenía varios nombres. Era como si su superpoder era el de camuflarse según la persona que lo tratase. En eso por lo menos los dos estuvieron de acuerdo.  Martín dijo que al monstruo de su casa le gustaba comer no de la basura, sino buena comida, la que casi siempre su madre debía conseguir a costa de lo que fuese, y de esa manera evitar que el monstruo la devorara. Solía desaparecer los fines de semana, decía que debía ir al pantano para alimentarse de sanguijuelas unico alimento extraño que le hacia recuperar fuerzas. Así volvía cada lunes con un aroma a pudredumbre, se metía en el baño y bajo amenaza sometía a la madre de Martín para que lo dejara entrar con él, le pasaba segur

CARTA SIN DIRECCIÓN POSTAL

  CARTA SIN NÚMERO POSTAL. Conocí una niña de apenas doce años a quien hace tiempo le escribí un poema, se llamaba Génesis. Era de villa de cura, yo no era su amigo ni de la familia; era uno de los enfermeros conocedores de su caso. Visitaba el hospital por lo menos una vez al mes, padecía lo que yo llamo la dulce enfermedad del veneno blanco, diabetes. Era tan conocido su caso que antes de llegar sus padres llamaban al residente de medicina interna, avisando que ya salían rumbo al hospital de San Juan de los morros.  Era muy hermosa, tenía una sonrisa de esas que hacen florecer las plantas, una mirada que regalaba un premio intangible de gratitud, y unos cabellos ondulados que parecían hilos de oro. La difícil situación era la etiología de su hospitalización recurrente, la falta de medicamento, la ingesta de carbohidratos como único alimento disponible o la ausencia de la insulina inyectable. En fin pero ese no es el sentido de mi relato. En su última hospitalización después del aseo

EL ÚLTIMO LATIDO DE LA LUNA.

 EL ÚLTIMO LATIDO DE LA LUNA. Cada persona tiene su preferencia por alguna manifestación de la naturaleza, como el olor a tierra mojada, el pétricor en cada lluvia, los atardeceres sobre las aguas; tal como suceden sobre el río Orinoco. Dando la impresión de que el sol quisiera sofocar su calor en la acuarela de esas corrientes. El joven Benito Raul tenía un gusto predilecto por las noches de luna clara, tal vez por la bohomía que causaban la partitura de los rayos de luz a las tinieblas, o quizás porque le recordaba el nombre de su madre muerta; Clara como la luz de la luna. Aprovechaba siempre esas trémulas noches para sentarse en el patio de su casa y ponerse a reflexionar sobre la vida, o hacer algún chiste según como estuviese de ánimo. Había nacido con un corazón condicionado. Tenía cuatro malformaciones en una, aún así no le era excusa para abrirle un espacio a la felicidad, a el amor y el perdón. Según su razonamiento eran las tres comidas fundamentales para vivir en paz.  El d

El último cafe de la abuela.

EL ÚLTIMO CAFÉ DE LA ABUELA. El recuerdo más grato que tengo de mi abuela era el del espumoso café con leche que hacía a las seis de la mañana, cosa que era el único motivo por el cual me levantaba temprano sin calzado y sin camisa aunque el suelo estuviese fangoso, producto de una noche de lluvia copiosa, que se extendía hasta una mañana de llovizna perenne. A pesar de los gritos de mi mamá alertandome de cubrirme el pecho para no agarrar una pulmonia, corria sin parar hasta la casa de mi abuela que se comunicaban por el mismo patio con la nuestra. Mi abuela era una mujer de color negro intenso, pelo crespo lleno de canas el cual domaba con una peineta de plástico templado. Caminaba erguida a pesar de ya pasar las ocho décadas de existencia, no aprendió a leer ni a escribir. Sólo sabía contar hasta el diez por eso solo guardaba los billetes de cinco y de diez bolívares, los cuales conocía más por el color que por el número. A pesar de no haber estudiado, mi abuela era experta en geogr

DOS CARTAS, DOS TUMBAS.

DOS TUMBAS, DOS CARTAS. Después de tres días de parranda Dario Lunar, se levantó con un sobresalto en el pecho como si su espíritu lo hubiese abandonado en los brazos de la muerte. Puso ambos pies con fuerza en el piso para sentir que estaba vivo, caminó hacia la cocina donde su esposa tiraba los trastes en el lavabo con tal intensidad que no hacía falta preguntarle si estaba molesta.  —Hasta hoy vivo contigo Dario. Se lo juró por lo más sagrado que al terminar de lavar los platos los empacaría tal como ya lo había hecho con la maleta, y las cosas necesarias para un recién nacido.  —¿Y las cosas del niño por qué te las llevas? Ello lo miró con el deseo de romperle el cuello, y no le respondió cosa alguna. Él impávido ante la decisión de su esposa encendió la hornilla de la cocina para hacerse una limonada caliente para paliar el dolor de cabeza. —Tú ex mujer llamó, —dijo su esposa —que vayas a buscar al niño en Bogotá ya que ella no lo puede tener.  Dario Lunar salió de su pueblo en e

LA ENFERMERA QUE VENDIÓ SU LÁMPARA.

 LA ENFERMERA QUE VENDIÓ SU LÁMPARA. La paciencia de la licenciada Gladys Bonna era imperturbable, sentada en una silla mecedora de madera, tejía plácidamente un gorro para una de sus doce nietas. Aunque poco la visitaban siempre que iban la llenaban de agasajos y uno que otro presente, y se excusaban de que la vida en la ciudad las tenía estresadas con tanto correr y corre. Balanceándose en esa mecedora recordó el día que vendió su lámpara. No fue una decisión que tomará a la ligera, pero la circunstancia de aquel entonces la llevaron a tomar decisiones necesarias para solventar la crisis.  Había sido la única enfermera de su pequeño pueblo durante quince años hasta que la modernización llegó, los cuales dividía en dos partes, los primeros cinco fueron de formación, el resto su vida entera. Para los años 80, era común que los módulos de atención de los rincones del país, no contaran con un médico residente, salvo algunos más privilegiados tenían la visita de un galeno cada quince o ve

EL IDIOMA DE UN JUDIO.

EL IDIOMA DE UN JUDIO. El anciano Asaf Ben Amir tenía una pequeña zapatera donde resucitaba el calzado de todos los pobladores de mi pueblo, parecía hacer magia con los trastes de cuero sintético o real, que por tanto trajinar se convertían prácticamente en desecho. A mi me encantaba visitar el pequeño negocio cada cuanto mis zapatos perdían la zuela por tanto correr sobre la superficie rustica del patio de mi casa, aquel lugar me parecía maravilloso. Para mi el señor Asaf había sido viejo desde siempre. Cierto por la imprudencia que es intrínseca a la adolescencia, le pregunté donde había nacido. Recuerdo que me respondió sin perder la concentración en el tejido de unos zapatos de gala que parecían de una fina marca. —Al otro lado del mar, allí nací yo. Intrigado por saber le pedí que me contara como era allá del otro la del mar, quise saber si hablaban otro idioma. —Hablan igual que aquí —me dijo. —Y... ¿es bonito donde usted nació? Dejó de cocer y se ajustó los grandes lentes que se

EL PUEBLO DE LOS DISCAPACITADOS.

  EL PUEBLO DE LOS DISCAPACITADOS. El teniente Manuel Jurado vivía al margen del conglomerado del pueblo, era alto y fornido. Se vestía con trapos que dudosamente habían sido lavados en lo prudencial entre postura y postura, siempre cabizbajo apoyándose de un bastón de roble bien pulido que un antiguo amigo suyo le había regalado para que le sirviera de guía ante su ceguera. Había perdido casi en su totalidad la visión y escuchaba casi que por misericordia del cielo. El origen de su desgracia aconteció cuando una granada le explotó a corta distancia en el ataque sangriento al destacamento de Cararabo, en el estado Apure, convirtiéndolo en un hombre liciado y solitario. Su único amigo era Joaquín D'Freitas, un joven de origen portugués aficionado al ciclismo y que por razones del buen corazón que tenía, había creado una empatia con el solitario soldado. Le llevaba comida a las doce del día religiosamente, y algunos domingos se lo llevaba a su casa siempre y cuando se duchara, y se c