CARTA SIN NÚMERO POSTAL.
Conocí una niña de apenas doce años a quien hace tiempo le escribí un poema, se llamaba Génesis. Era de villa de cura, yo no era su amigo ni de la familia; era uno de los enfermeros conocedores de su caso. Visitaba el hospital por lo menos una vez al mes, padecía lo que yo llamo la dulce enfermedad del veneno blanco, diabetes. Era tan conocido su caso que antes de llegar sus padres llamaban al residente de medicina interna, avisando que ya salían rumbo al hospital de San Juan de los morros.
Era muy hermosa, tenía una sonrisa de esas que hacen florecer las plantas, una mirada que regalaba un premio intangible de gratitud, y unos cabellos ondulados que parecían hilos de oro. La difícil situación era la etiología de su hospitalización recurrente, la falta de medicamento, la ingesta de carbohidratos como único alimento disponible o la ausencia de la insulina inyectable. En fin pero ese no es el sentido de mi relato.
En su última hospitalización después del aseo personal que le correspondía, me manifestó estar muy cansada. Pero no era un cansancio recuperable con el reposo, estaba harta del sufrimiento inclemente que la cetoacidosis le hacía pasar, sin haber ella escogido tal cruz tan pesada y sin haber hecho algo malo para merecerla. Me pidió papel y lápiz para dibujar, se lo facilité y seguí con mis labores. Dos días después Génesis falleció.
Recogía las cosas personales para entregárselas a los padres y una hoja abierta estaba debajo de la almohada, con un hermoso mensaje que decía lo siguiente:
"Esta carta la escribo para quien pueda leerla en el cielo, pido por favor que alguien venga a buscarme. No quiero seguir viviendo una vida a la que se le llama vida por no tener otro nombre, aunque para mi se le llama sufrimiento, he visitado más veces el hospital que el zoológico. No puedo comer las golosinas que me provocan como lo hacen mis compañeros de la escuela. Siento pena por mis papás quienes tanto han hablado de mi futuro, lástima que el futuro no viene en ampollas, ni se puede tomar en pastillas. Y si la salud se pudiera cambiar por las penas que bueno sería. Mis padres lloran a escondidas, pero no soy tan inocente como para no diferenciar entre unos ojos rojos por la basura y unos rojos por las lágrimas. Dios mío si eres tú quien recibe esta carta y tienes el poder para quitar mi dolor, te pido con todas mis fuerzas que me abras un espacio en tu cielo para irme contigo. No te hagas el sordo, lo que te pido es más simple que hacer un mundo entero en siete días. Mis padres no entenderán al principio, pero ellos son fuertes. Por último te digo que no dormiré esta noche esperando que me respondas, y una cosita mas, que no hayan más niños con esta enfermedad"
La carta de Génesis sin duda fue respondida esa misma noche.
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