DOS TUMBAS, DOS CARTAS. Después de tres días de parranda Dario Lunar, se levantó con un sobresalto en el pecho como si su espíritu lo hubiese abandonado en los brazos de la muerte. Puso ambos pies con fuerza en el piso para sentir que estaba vivo, caminó hacia la cocina donde su esposa tiraba los trastes en el lavabo con tal intensidad que no hacía falta preguntarle si estaba molesta. —Hasta hoy vivo contigo Dario. Se lo juró por lo más sagrado que al terminar de lavar los platos los empacaría tal como ya lo había hecho con la maleta, y las cosas necesarias para un recién nacido. —¿Y las cosas del niño por qué te las llevas? Ello lo miró con el deseo de romperle el cuello, y no le respondió cosa alguna. Él impávido ante la decisión de su esposa encendió la hornilla de la cocina para hacerse una limonada caliente para paliar el dolor de cabeza. —Tú ex mujer llamó, —dijo su esposa —que vayas a buscar al niño en Bogotá ya que ella no lo puede tener. Dario Lunar salió de su pueblo en e
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