Ir al contenido principal

El último cafe de la abuela.

EL ÚLTIMO CAFÉ DE LA ABUELA.

El recuerdo más grato que tengo de mi abuela era el del espumoso café con leche que hacía a las seis de la mañana, cosa que era el único motivo por el cual me levantaba temprano sin calzado y sin camisa aunque el suelo estuviese fangoso, producto de una noche de lluvia copiosa, que se extendía hasta una mañana de llovizna perenne. A pesar de los gritos de mi mamá alertandome de cubrirme el pecho para no agarrar una pulmonia, corria sin parar hasta la casa de mi abuela que se comunicaban por el mismo patio con la nuestra.

Mi abuela era una mujer de color negro intenso, pelo crespo lleno de canas el cual domaba con una peineta de plástico templado. Caminaba erguida a pesar de ya pasar las ocho décadas de existencia, no aprendió a leer ni a escribir. Sólo sabía contar hasta el diez por eso solo guardaba los billetes de cinco y de diez bolívares, los cuales conocía más por el color que por el número. A pesar de no haber estudiado, mi abuela era experta en geografía, siempre se orientaba cada vez que salíamos a buscar una que otra planta para curar tal malestar; debido a que sabía de medicina natural. Lo único que no me gustaba de ella era su filosofía en la cocina, decía que aquel que compartía la comida, nunca pasaría hambre. Eso estaba bien para excepto cuando hacía dulce de leche o capacha. Tomaba unas viandas las llenaba y las identificaba en voz alta a medida que nos iba llamando a todos los nietos para que fuésemos a la carrera a llevarlo.

—Este es para la comadre Juana, este es para tu tío Ursulino, este se lo llevas a tu tía Cersa. 

Así era como yo un niño de quizás 7 años, que le encantaba comer observaba que ya quedaba poco en la olla. Eso me causaba angustia.

Cerraba la lista notificando que cuando volviesemos nos serviría una mijgajita (porción pequeña) para cada uno de nosotros. Me causaba desconcierto, pero me duraba poco al volver y ver que nos daba hasta saciarnos. 

Cada cuanto decía:

—Mañana me ayudan a moler el maíz para las cuchapas.

A manera de reclamo yo le respondía, —no dan ganas de moler abuela, porque usted empieza esa repartidera.

Siempre respondía: 

—El que comparte su comida nunca pasará hambre.

No entendí esa filosofía hasta llegar a ser un adulto, y saber que el dar es mejor que recibir. Pasado los años, ella seguía con la misma entereza de siempre, preparando el mismo café con leche espumoso en su punto preciso, como no lo prepararía un barista experimentado. 

Recuerdo que una de esas tardes grises de junio, que son tan típicas en el llano por esa época del año, mi abuela salió al patio, batiendo entre taza y taza una aromático café que me había ofrecido recordando como me gustaba cuando estaba niño. Miró a lo lejos del camino que conducía a la salida que llevaba a la carretera nacional, suspiró y dijo:

—Voy a hacer más café mijito, porque allá vienen dos hombres de Dios, deben ser misioneros por la forma de vestir, vienen bien elegantes. El de la derecha trae una camisa bien blanca, parece de razo japonés. Y el otro míralo, la de ese como que es de seda brillante y de color blanco con tanto barro. 

Se me sembró la sospecha de que era la primera manifestación de la demencia cenil, callé por un momento buscando con la mirada a los dos hombres, pero no vi más que un alcaraban que se paseaba de un lado a otro.

—No veo a nadie abuela. —Le dije.

Me respondió tomándome por invidente:

—Tan jovencito y con la vista tan mala.

Salió apresurada a juntar la leña para avivara el fuego, yo terminé de tomarme el café y me retiré sin despedirme, llegué donde mamá y le dije:

—Mi abuela está loca, ve gente donde no la hay.

Al día siguiente me levanté intrigado por la visión de mi abuela, apenas puse un pie en su casa me dijo:

—Los hombres eran unos misioneros cristianos, tenia razón yo. Se quedaron aquí anoche, me dijeron que hoy me venían a buscar. Salieron antes de que amaneciera.

No le dije nada, fui a despertar a mi tío Manuel quien estaba durmiendo plácidamente en su hamaca. Le pregunté si era cierto que esos hombres habían pasado allí la noche.

—Aquí no vino nadie —me respondió entre balbuceo y regaño.

Pasó el día con un aire de paz que diría que era de esos perfectos, donde parecia que los problemas eran tan pequeños como un grano de arena, es decir imperturbable. Cuando ya el sol se estaba poniendo, mi abuela se bañó se echó uno de esos aceites con olor a rosas, se puso un vestido blanco, adornado con unas flores rojas en los bordes del ruedo y manga, se torció el pelo y se hizo un moño ajustado con la peineta. Sacó las alpargatas de salir, las cuales eran recién compradas apenas tenían dos posturas, y se sentó en la hamaca como una doncella que espera a su enamorado.

La recuerdo sonriente con un rostro que irradiaba un nivel más alto que la felicidad, el cual creo que no tiene nombre, de pronto se levantó apresurada para hacer un café antes de irse. Me trajo la taza y esta vez se recostó en la hamaca. De pronto vi a la salida que dos hombres vestidos tal como ella los describió, se marchaban. Voltearon hacia mi agitaron sus manos en señal de despedida.

Me dirigí atónito hacia donde estaba mi abuela, para decirle que yo también había visto a los misioneros, pero por más que la llamé no despertó. Y ese fue el último café de sus manos.



 

Comentarios

Entradas más populares de este blog

POEMA: OLVIDAR AMANDO

LEER NUTRE LA MENTE OLVIDAR AMANDO. Asómate a la ventana de tus sentimientos, dime que ves; dime que no es cierto, que el sol del olvido alumbra tu pecho. Dime si me miras en tus pensamientos, dime si he llorado, o si estoy sonriendo; dime si mi rostro se está decayendo; quiero que me digas sin que sientas miedo, si la flor hermosa de promesa y sueños; se muere de frio, le llegó su tiempo. Si me ves tan solo, en tus pensamientos; quiero que me abraces que me des un beso; no serás culpable del triste momento. No fue desamor, no fueron los celos; déjame explicarte como yo lo entiendo. Factores extraños mermaron tu afecto, te hicieron cambiar tu anterior aspecto y, si alguien pregunta ¿Cómo eres por dentro? Cerraré mis ojos y diré sonriendo; en su corazón tiene un monumento, labrado en amor cubierto en silencio.

ELEUTERIO ENTRE AMORES Y CANCIONES

 ELEUTERIO ENTRE AMORES Y CANCIONES. En el lienzo partido sobre el horizonte de una tarde gris de junio, dibujaba Eleuterio Aponte con una melodía fandangosa y una letra satírica salpicada de romance, la figura de una mujer que le espantaba la melancolía entre el reposo de los algodonales. Rasgada la camisa por el jalonear de los espinos, al igual que el pantalón que ya había dejado los pedazos del ruedo en el rigor de la brega campesina. Estaba volviendo a tocar después de un mes de sequía creativa, abandonado por la musa, que al parecer se había marchado a otras pampas enamorada del viento barinés. El cuatro, su compañero de serenatas lo había perdido una noche de parranda, donde la euforia de los tragos le hizo perder la compostura al sentirse ofendido por un cantante, quien le alardeo ser un contrapunteador mediocre y sin estilo propio. Con el orgullo herido por la mancilla de aquella ofensa, fue víctima de una paliza y terminó con las estillas del cuatro en la cabeza. —Y era un c

TU SER EN MI

  Eres tu quien impulsa, el opaco motor que moviliza mi vida.¿Quien soy yo sin tu empuje? mi amada, sin la refrescante brisa de aliento, que trae a mi alma tu tan sola presencia.¿ Cual seria la gracia vista en mi por el padre creador, para entregarte en mi mano?. Envuelta en ese amor que me gráficas cada día con tus acciones, ¿que si te amo? seria un inicuo, sino lo hiciera. no amarte es como si hubiese venido a esta vida sin el mas mínimo sentido de existencia. ¿Quien soy yo para que me ames?¿quien eres tu para que yo te olvide?. ¿Cuantas promesas sin cumplirte? perdón. Eres vaso frágil en mis manos, que debo cuidar, acariciar, proteger y amar; has cuidado mas de mi que yo de ti. ¿Sera que tu fortaleza es mayor que la mía?. estoy a tu lado siento compañía, gracias por poner contenido en mi vida sin guía, gracias por tu ser amada esposa mía, gracias porque en ti no hay sombra sin día.