EL PUEBLO DE LOS DISCAPACITADOS. El teniente Manuel Jurado vivía al margen del conglomerado del pueblo, era alto y fornido. Se vestía con trapos que dudosamente habían sido lavados en lo prudencial entre postura y postura, siempre cabizbajo apoyándose de un bastón de roble bien pulido que un antiguo amigo suyo le había regalado para que le sirviera de guía ante su ceguera. Había perdido casi en su totalidad la visión y escuchaba casi que por misericordia del cielo. El origen de su desgracia aconteció cuando una granada le explotó a corta distancia en el ataque sangriento al destacamento de Cararabo, en el estado Apure, convirtiéndolo en un hombre liciado y solitario. Su único amigo era Joaquín D'Freitas, un joven de origen portugués aficionado al ciclismo y que por razones del buen corazón que tenía, había creado una empatia con el solitario soldado. Le llevaba comida a las doce del día religiosamente, y algunos domingos se lo llevaba a su casa siempre y cuando se duchara, y se c
Un sitio para deleitarse con la lectura, y envolverse en la poesía.