LOS MUEBLES DE MARÍA BALMORE.
Los muebles de María Balmore eran el atractivo principal de la gran casa, una mansión de paredes muy altas al estilo colonial. Tenía un gusto predilecto por recibir visitas, y contarles según la adquisición del momento, sobre el último mueble de caoba por ejemplo, fabricado por un maestro alemán. Si se trataba de madera importada la caoba y el almendrillo eran sus preferidos, y de ser nacional se inclinaba por el roble y el samán. Como dirigente social y representante de la revolución, se encargaba de llenar la mesa fabricada con tablones de saladillo puesta en la sala de recibo, con pasapalos dulces y salados. Desde la entrada adornaba con tulipanes alemanes, ya que las flores nacionales le parecían un tanto vulgar y fuera de tono, para recibir a tal o cual personaje importante del partido.
Su mueble preferido donde nadie más que ella podía sentar, era una mecedora de madera libanés, con un dragón grabado en cada posador de brazo. Allí se sentaba a conversar con algún compañero de militancia, repasando los pro y los contra del gobierno, aunque los contras casi siempre eran etiquetados por ella como ataques del enemigo.
Casi todo el barrio se había enemlstado con doña María, por las complejidades de la posición radical de su pensamiento político, tal era el fanatismo que cuando el jefe del estado daba declaraciones, encendía la televisión a máximo volumen, para que media cuadra escuchara el mensaje del camarada.
—Te vas a arrepentir de estar siguiendo a esa gente mujer.
Le recalcaba el esposo a Maria Balmore, a lo que ella respondía con la amenaza de sacarlo del censo comunal y perderse de los beneficios. A él le importaba poco tal amenaza, decía estar seguro de que el nuevo gobierno traería hambre y desolación para el país, así lo había soñado y sus sueños no fallaban. Pero el auge económico del momento y la ganancia que le producía a Maria Balmore la carnicería heredada de su padre, la hacía incrédula ante tal profecía de su marido.
Como una maldición mitológica el sueño de aquel hombre paulatinamente se fue haciendo realidad, comenzó un racionamiento de gas, del cual Maria Balmore estaba excluida por ser líder comunal, solía sacar su mecedora para el corredor contiguo a la calle para hacer burla algún vecino el cual etiquetada de opositor si pasaba con una bombona vacia al hombro, abrumado por la incertidumbre de no saber en qué lugar despacharían ese día, por no haberse registrado en la lista de la junta popular, donde se podian abastecer con suerte en dos o tres meses.
—Eso les pasa por estar del lado equivocado de la raya. —Decía en tono burlón.
Una mañana de domingo, María se preparaba unas galletas de coco, además de unas docenas de boñuelos, una mermelada de mango y como plato salado cachapa con cochino frito. Estaba afanada, nada podía quedarle mal ante la visita del presidente del consejo municipal, su marido sentado a la salida que comunicaba la cocina con el patio trasero, labraba un bastón de madera de manteco.
—Ni para el cumpleaños de uno de tus hijos María, te esmeras tanto como con esos políticos.
Le reclamaba a la afanada mujer, ella sin voltear tomándolo como indigno de su atención solo respondió:
—Como se ve que tú no tienes ambición, en esta vida hay que estar con el que tiene, para que cuando tengamos escases haya un amigo con poder a quien pedirle.
En medio de la faena de preparación la llama de la hornilla se fue disminuyendo sin que los ruegos de María sirvieran de algo. Cuando la llama desapareció daba saltos de desesperación llevándose la manos a la cabeza y preguntándose: ¿ahora que hago?
Pasada las doce del día llegó el jefe del consejo con quince personas de su equipo, María Balmore salió apenada ofreciendo disculpas por las cosas que no alcanzó a preparar.
—No te preocupes compañera, mañana mismo te abastecemos de gas. —aseguró el jefe del consejo.
Por la noche cuando se fue a la cama con su esposo, al contarle la promesa del jefe político le demostró que para eso servían sus influencias.
—¿De verdad crees tu María, que te van a suministrar el gas? —Preguntó, él incrédulo.
María le reprendió por ser un hombre de pensamientos tan fatalistas.
Su esposo salió al día siguiente antes del amanecer a buscar leña, regresó cerca de las diez de la mañana. Con una brazada de leña, ella se negó rotundamente a cocinar a la leña, le haría perder su postura de mujer refinada. Se mantuvo todo ese día a la espera de la llamada del jefe del consejo para mandar por la bombona vacia, se hicieron las seis de la tarde y todas la casas expedian por el alero de sus techos, humo; a excepción de la casa con paredes altas de María Balmore. No se comio en esa casa ese día, debido a que le había prohibido a su marido encender tan siquiera un palillo de fósforo. Eso sería señal de flaqueza y aceptar que había escasez, sin identificar con su boca al culpable.
Esperó durante cinco días la llamada, comiendo en el restaurante de la cuadra, inventando mil excusas cuando la cocinera sacaba a conversación el tema del gas. La llamada nunca llegó, la carnicería se fue a la quiebra por el control del estado sobre el despacho de la carne directa del productor al consumidor a precio solidario. Un mal tiempo de lluvia dejó la poca madera seca del monte, empapada. Desesperada María Balmore tomó un hacha volvió pedazos la mesa de la sala de recibo para encender un fogón, por cada golpe de hacha decía a toda voz:
—Maldita revolución —Su marido labrando el bastón de madera le decía desde el patio:
—No estés brava María, ya te van a llamar por el gas.
A medida que fue pasando el tiempo María Balmore fue convirtiendo cada precioso mueble en combustible para cocinar, pereciendo hasta la silla mecedora. Tragando grueso cada vez que un vecino le gritaba por simple burla, si había recibido el gas.
Comentarios
Publicar un comentario
Coméntame tu opinión es importante, espero que te guste lo que escribo.