Ir al contenido principal

Entradas

Mostrando las entradas con la etiqueta #cuentos #escritores #bullying #drama #historias juveniles #novelasjuveniles

Las tres rosas del rancho.

LAS TRES ROSAS. Cada vez que los vientos torrenciales visitaban las riberas bajas del rio Orinoco, el rancho de Pedro Tinoco crujía lamentándose de los años de su existencia. Era un hablar inexpresivo para anunciar que de un momento a otro se desplomaria. Pedro Tinoco era viudo y padre de tres adolescentes, Rosa María de dieciséis años con una personalidad simple, incapaz de refutar una orden. Habia asumido el rol de madre aunque le causaba molestía interrumpir sus exploraciones al monte en busca de cualquier planta con flores, para sembrarlas en su pequeño jardín, por atender a sus hermanas. Rosa Virginia de catorce, impetuosa y con la costumbre de llevar la contraria en todo. La menor era Rosa Lucero, era la manifestación pura de la inocencia congelada de una niña de cinco años en el cuerpo de una de doce. Pedro Tinoco había perdido la rigidez de su juventud, se escondía de vez en cuando en los manglares del río a conversar con la memoria su esposa quien habia partido en el nacimient

EL IDIOMA DE UN JUDIO.

EL IDIOMA DE UN JUDIO. El anciano Asaf Ben Amir tenía una pequeña zapatera donde resucitaba el calzado de todos los pobladores de mi pueblo, parecía hacer magia con los trastes de cuero sintético o real, que por tanto trajinar se convertían prácticamente en desecho. A mi me encantaba visitar el pequeño negocio cada cuanto mis zapatos perdían la zuela por tanto correr sobre la superficie rustica del patio de mi casa, aquel lugar me parecía maravilloso. Para mi el señor Asaf había sido viejo desde siempre. Cierto por la imprudencia que es intrínseca a la adolescencia, le pregunté donde había nacido. Recuerdo que me respondió sin perder la concentración en el tejido de unos zapatos de gala que parecían de una fina marca. —Al otro lado del mar, allí nací yo. Intrigado por saber le pedí que me contara como era allá del otro la del mar, quise saber si hablaban otro idioma. —Hablan igual que aquí —me dijo. —Y... ¿es bonito donde usted nació? Dejó de cocer y se ajustó los grandes lentes que se

EL PUEBLO DE LOS DISCAPACITADOS.

  EL PUEBLO DE LOS DISCAPACITADOS. El teniente Manuel Jurado vivía al margen del conglomerado del pueblo, era alto y fornido. Se vestía con trapos que dudosamente habían sido lavados en lo prudencial entre postura y postura, siempre cabizbajo apoyándose de un bastón de roble bien pulido que un antiguo amigo suyo le había regalado para que le sirviera de guía ante su ceguera. Había perdido casi en su totalidad la visión y escuchaba casi que por misericordia del cielo. El origen de su desgracia aconteció cuando una granada le explotó a corta distancia en el ataque sangriento al destacamento de Cararabo, en el estado Apure, convirtiéndolo en un hombre liciado y solitario. Su único amigo era Joaquín D'Freitas, un joven de origen portugués aficionado al ciclismo y que por razones del buen corazón que tenía, había creado una empatia con el solitario soldado. Le llevaba comida a las doce del día religiosamente, y algunos domingos se lo llevaba a su casa siempre y cuando se duchara, y se c

EL CAMINO DE LAS AGUAS.

  EL CAMINO DE LAS AGUAS. Anita y Maria Carite eran dos hermanas que vivían en una humilde casa de barro con techo ralo de palma, donde la lluvia se tornaba más copiosa dentro que afuera. El solar de aquella humilde casa limitaba con el de la mía, por las mañanas era casi fijo que se aparecieran cada una con un recipiente en mano, una botella vacía de refresco para la leche, llevaba Maria. Y Anita una totuma mal labrada rayada por debajo con el nombre de ambas, esa era para la mantequilla o parranda según dispusiera mi madre en la nevera. —¿Con que acompañaran eso? ¿con bollos o arepa?  Les preguntaba mi madre, ambas cruzaban esa mirada de complicidad que expresa: "no digas nada". Mi madre con toda intención les insistía en preguntar, asumiendo la respuesta, para así sacar de su lacena un paquete de harina o avena, no eramos ricos pero de mi abuela aprendió que el que da, nunca pasaría hambre. Anita respondía retorciéndose con una sonrisa penosa: —Ahorita vamos donde don Pab

NIÑO RUBIO Y LA PIEDRA DE BARRABÁS

  Niño rubio y la piedra de Barrabás. A orilla del caudaloso río Orinoco, Cruz María desenredaba su aterraya para atrapar algunos pecesillos que le sirvieran de carnada. Sobre las calmadas aguas y la blanca arena se paseaba una calidad brisa de verano cabrutense, que trajo entre sus corrientes el llanto de un niño. —¡Ja! Esos son los encantos que creen que me van a llevar, pero están pelaos conmigo. Exclamó Cruz María preso de sus pensamientos supersticiosos que lo tenían viviendo en su mundo de misticismo e irrealidades, que para él común de la gente eran más que incomprensibles. Peleaba con toda avispa que se le cruzara en el camino, las maldecía: —Son las brujas de Camaguan que me persiguen, pero no han podido matarme. Aseguraba Cruz María en sus insultos delirantes, pero ese día de pesca la vida le regalaría un presente. El llanto provenía de un mechón de gamelote con las hojillas empolvadas y cortantes, el viejo pescador se fue siguiendo el llanto y abrió el mechón de paja en dos

EL ALGODÓN NO ES DE AZÚCAR

 EL ALGODÓN NO ES DE AZÚCAR. Inocencio Maestre era un joven nacido en el pequeño pueblo de Cabruta, a quien sus padres se lo llevaron a los escasos tres años de edad a la gran Caracas. Convertido en un adulto falto de madurez para su edad, viajó a visitar algunos parientes en el pequeño pueblo, nunca había salido de la ciudad de los techos rojos. Su vida había rondado en la burbuja capitalina, por esa razón desconocía la naturaleza de algunas cosa que en la ciudad eran desabridas o sintéticas, pescados enlatados, frutas congeladas y plantas artificiales para adornar interiores. Cierto domingo por la mañana, su abuelo lo llevó al sembradio de algodón, emocionado por degustar su paladar con la golosina que el conocía, tomó una de las motas y se la llevó a la boca, escupiendola de insofacto. —Que sabor tan raro tiene este algodón —dijo quitándose las peluzas de la lengua con los dedos. —Eso no se come —gruñó el abuelo. Atónito se quedó Inocencio Maestre, surgiendo en ese instante un confl