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Entradas

Las tres rosas del rancho.

LAS TRES ROSAS. Cada vez que los vientos torrenciales visitaban las riberas bajas del rio Orinoco, el rancho de Pedro Tinoco crujía lamentándose de los años de su existencia. Era un hablar inexpresivo para anunciar que de un momento a otro se desplomaria. Pedro Tinoco era viudo y padre de tres adolescentes, Rosa María de dieciséis años con una personalidad simple, incapaz de refutar una orden. Habia asumido el rol de madre aunque le causaba molestía interrumpir sus exploraciones al monte en busca de cualquier planta con flores, para sembrarlas en su pequeño jardín, por atender a sus hermanas. Rosa Virginia de catorce, impetuosa y con la costumbre de llevar la contraria en todo. La menor era Rosa Lucero, era la manifestación pura de la inocencia congelada de una niña de cinco años en el cuerpo de una de doce. Pedro Tinoco había perdido la rigidez de su juventud, se escondía de vez en cuando en los manglares del río a conversar con la memoria su esposa quien habia partido en el nacimient

Los muebles de María Balmore.

  LOS MUEBLES DE MARÍA BALMORE. Los muebles de María Balmore eran el atractivo principal de la gran casa, una mansión de paredes muy altas al estilo colonial. Tenía un gusto predilecto por recibir visitas, y contarles según la adquisición del momento, sobre el último mueble de caoba por ejemplo, fabricado por un maestro alemán. Si se trataba de madera importada la caoba y el almendrillo eran sus preferidos, y de ser nacional se inclinaba por el roble y el samán. Como dirigente social y representante de la revolución, se encargaba de llenar la mesa fabricada con tablones de saladillo puesta en la sala de recibo, con pasapalos dulces y salados. Desde la entrada adornaba con tulipanes alemanes, ya que las flores nacionales le parecían un tanto vulgar y fuera de tono, para recibir a tal o cual personaje importante del partido. Su mueble preferido donde nadie más que ella podía sentar, era una mecedora de madera libanés, con un dragón grabado en cada posador de brazo. Allí se sentaba a con

La casa de Marcela

  Muchas son las Marcelas que han pasado o están pasando por esto. Un cuento que no es tan cuento. #mujer #maltratoemocional #relato #escritores  LA CASA DE MARCELA. La podredumbre de aquella casa de paredes agrietadas era imperceptible al olfato ya acostumbrado de Marcela, la fui a visitar para que mi madre no me tomara por mala gente. Cada vez que ella no podía ir, me encomendada la tarea de llevarle una bolsa de alimentos por aquello de bondad del corazón.  Al entrar, Marcela me pedía que me quitara los zapatos para no ensuciar el piso de la sala, debía realizar un esfuerzo grande para disimular la grima que me causaba la cerámica manchada de excremento de perro, unas disecadas y otras frescas. Ella siempre vestía con vestidos enterizos no muy variados, o era el blanco curtido, el rojo con machones de carbón o el azul estampado de manteca rancia. El pelo despeinado y pobre de vitalidad; caminaba lento por el avanzado estado de su embarazo, me ofrecía café algunas veces me excusaba,

LA FAMILIA HERRADA

 LA FAMILIA HERRADA. —Mi familia no es mala, solo tienen una bondad invertida. Decía don Viviano Herrada en la posteridad de sus años, rumiando en la soledad de su viudez, vivía en la casa montonera, esa grande de paredes blancas y techo de láminas de zinc, pisoteadas por fragmentos de piedras para que el viento no las desmontara, justo al pie del gran cerro pan de azucar. Vivía con su hijo Prudencio Herrada, un hombre que se adjudicaba disimuladamente el monopolio de la sinceridad, descubierto en el atropello de sus palabras desmedidas e hirientes. No conocía la empatía. Era casado con Ilustrina Herrada, quien frenética por mantener la posición de una mujer culta y modernista, se había convertido en una come libros. Dormía con las meditaciones de Marco Aurelio bajo la almohada, al despertarse y antes de poner bocado en su boca repasaba religiosamente un libro de astrología, así sabía que le deparaba el destino para ese día, después del almuerzo se sentaba en el corredor con el diario

La farmacia de Hernán y el año del paludismo (malaria)

LA FARMACIA DE HERNÁN Y EL AÑO DEL PALUDISMO. Con la construcción de la carretera, Cabruta pasó de ser el pequeño pueblo en el que no sucedia nada inusual, ubicado a la margen del río a ser el pueblo donde se cambiaron los medios de traslado como el burro y el caballo, por automóviles y motocicletas. Dejó de ser una sociedad endoeconómica y se creó la primera ruta de transporte pesado para comercializar el algodón, las verduras, leguminosas, la carne de ganado y el queso en las grandes ciudades. Ese mismo año llegó un farmaceuta llamado Hernán, cuyo misticismo sazonaba su sapiencia en la medicina convencional y la naturista, está segunda heredada de su abuela materna, una mujer muy instruida en los beneficios secretos que revelaban las plantas si se les trataba con delicadeza.  El día que llegó junto a su mujer y a sus dos hijas, a la casa de un amigo suyo quien era un comerciante de origen libanes, llevaba consigo dos maletas repletas de medicina. Al entrar y antes de saludar a su ami

UNA NOCHE SIN CENAR

  UNA NOCHE SIN CENAR. Concepción Gamarra era un pastor que vivía en la parte alta del barrio camoruquito en San Juan de los Morros, había fundado una iglesia en un sector aledaño a su comunidad donde tenía pocos miembros, era un templo de media pared, piso rustico y un techo que por cada invierno dejaba colar los chorros de agua. Esa precariedad se compensaba con la felicidad que irradiaba su gente, todos paliando vidas que no eran dignas de repetir incluyendo la de Concepción Gamarra. Pocos sabían de su vida anterior cuando las calles, el vicio y la delincuencia eran su pasar de tiempo predilecto. Tenía una esposa la cual tenía como mayor adorno de hermosura una sonrisa que denotaba a una mujer tan llena de cicatrices como llena de esperanza y firmeza, dos hijos varones uno entrado en la adolescencia y el otro a pocos meses de ello. Tenía Concepción en todo el barrio una reputación que le garantizaba que nadie podía señalarlo con el dedo, luchaba por mantener a raya esos fantasmas

LOS NOMBRES DEL MONSTRUO

  LOS NOMBRES DEL MONSTRUO. A sus cortos doce años Jonás sostenia una frígida discusión con su amigo Martín quien afirmaba que el coco era real, Jonas le aseguraba que si  existía un monstruo, pero no se llamaba coco y que no se escondía debajo de la cama de los niños, que escogía ciertos hogares para vivir, y tenía varios nombres. Era como si su superpoder era el de camuflarse según la persona que lo tratase. En eso por lo menos los dos estuvieron de acuerdo.  Martín dijo que al monstruo de su casa le gustaba comer no de la basura, sino buena comida, la que casi siempre su madre debía conseguir a costa de lo que fuese, y de esa manera evitar que el monstruo la devorara. Solía desaparecer los fines de semana, decía que debía ir al pantano para alimentarse de sanguijuelas unico alimento extraño que le hacia recuperar fuerzas. Así volvía cada lunes con un aroma a pudredumbre, se metía en el baño y bajo amenaza sometía a la madre de Martín para que lo dejara entrar con él, le pasaba segur