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La enfermedad del páramo.

LA ENFERMEDAD DEL PÁRAMO. La historia con la predilección de su función enseña que cada cierto tiempo una epidemia sacude la población, sacando de la humanidad dolor, pérdida, y los más precavidos aprenden después de lidiar con el asedio de las noticias que bombardean a cuenta gotas su paz a no tomar medidas que violen su libertad ni su cordura. También trae a flote el escepticismo de los que no creen que el agua moja o el fuego quema. En el pueblo de Chiguará una joya perdida de los paramos andinos, ocurrió la más extraña de las enfermedades comunitarias. No se transmitía por la respiración, la saliva o el sudor ni las heces. Era tan silenciosa, que no se podía notar manifestación alguna para cortar con la cadena de contagios debido a la ausencia de sígnos de alarma. Sin embargo había un síntoma y sólo se podían manifestar a través de las palabras, sería por eso que los más cerrados en el trato eran los más afectados.  Así era Maria Clarisa una joven que había aprendido a mirar solo
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Repartidor de visitas.

  Repartidor de visitas. A los 17 años Sandra pensaba que el mundo se comía como pan y café con leche, abandonó la universidad para unirse a la sociedad juvenil del partido anarquista. En su círculo social el estudio era una manera opresiva y deshonrosa que sólo complacía a los viejos que les encantaba escribir con sus lápices el futuro de sus hijos. No le parecia que eso fuera ni siquiera un poco justo, no para una chica de espíritu libre como ella que aborrecía las normas de un hogar donde no escaseaba el amor.  Se encerraba en su habitación para alejarse de los sofocantes consejos de su madre, que casi siempre terminaban en un ruego enjugado con lágrimas. Tenía postes en las paredes, de rostros blancos con risa fantasmal y flecos en la frente, pintados sobre fondo negro. Se le podía pasar las siete vidas del gato de haberlas tenido, consumiendo contenido en las redes, frotando la pantalla una y otra vez tejiendo un hilo infinito del sin sentido de la vida. Al cumplir los 18 se miró

ELEUTERIO ENTRE AMORES Y CANCIONES

 ELEUTERIO ENTRE AMORES Y CANCIONES. En el lienzo partido sobre el horizonte de una tarde gris de junio, dibujaba Eleuterio Aponte con una melodía fandangosa y una letra satírica salpicada de romance, la figura de una mujer que le espantaba la melancolía entre el reposo de los algodonales. Rasgada la camisa por el jalonear de los espinos, al igual que el pantalón que ya había dejado los pedazos del ruedo en el rigor de la brega campesina. Estaba volviendo a tocar después de un mes de sequía creativa, abandonado por la musa, que al parecer se había marchado a otras pampas enamorada del viento barinés. El cuatro, su compañero de serenatas lo había perdido una noche de parranda, donde la euforia de los tragos le hizo perder la compostura al sentirse ofendido por un cantante, quien le alardeo ser un contrapunteador mediocre y sin estilo propio. Con el orgullo herido por la mancilla de aquella ofensa, fue víctima de una paliza y terminó con las estillas del cuatro en la cabeza. —Y era un c

LA ÚLTIMA ESTRELLA DEL GENERAL.

  LA ÚLTIMA ESTRELLA DEL GENERAL. El susurró de la muerte pronunciaba al oído del General su nombre entre cortado. Tenía la sensación de que la vida se le espantaba de su cuerpo, metió la mano debajo de la guerrera por el lado izquierdo de su abdomen, estaba gravemente herido. Sacó la mano ensangrentada y la miró por un instante como si mirara un retrato melancólico que le arrancara una sonrisa, sonrió el General. Daba pasos trémulos sin saber hacia donde, su refugio fue un arbusto de alelí que alguna mano quizás plantó para que un desdichado se refugiara en su regazo. Allí se recostó, concentrando sus últimas fuerzas en sus piernas para no caer.  "Los valientes morimos de pie".  Se repetía así mismo, extendió la mirada hacia la distancia lúgubre, buscando el rostro de su hija mayor en el horizonte, Estrella Marina. La miró pasar de repente con un vestido púrpura, con pies descalzos celebrando su graduación de médico, le sonreía al general con la inocencia de la despedida, él

Las tres rosas del rancho.

LAS TRES ROSAS. Cada vez que los vientos torrenciales visitaban las riberas bajas del rio Orinoco, el rancho de Pedro Tinoco crujía lamentándose de los años de su existencia. Era un hablar inexpresivo para anunciar que de un momento a otro se desplomaria. Pedro Tinoco era viudo y padre de tres adolescentes, Rosa María de dieciséis años con una personalidad simple, incapaz de refutar una orden. Habia asumido el rol de madre aunque le causaba molestía interrumpir sus exploraciones al monte en busca de cualquier planta con flores, para sembrarlas en su pequeño jardín, por atender a sus hermanas. Rosa Virginia de catorce, impetuosa y con la costumbre de llevar la contraria en todo. La menor era Rosa Lucero, era la manifestación pura de la inocencia congelada de una niña de cinco años en el cuerpo de una de doce. Pedro Tinoco había perdido la rigidez de su juventud, se escondía de vez en cuando en los manglares del río a conversar con la memoria su esposa quien habia partido en el nacimient

Los muebles de María Balmore.

  LOS MUEBLES DE MARÍA BALMORE. Los muebles de María Balmore eran el atractivo principal de la gran casa, una mansión de paredes muy altas al estilo colonial. Tenía un gusto predilecto por recibir visitas, y contarles según la adquisición del momento, sobre el último mueble de caoba por ejemplo, fabricado por un maestro alemán. Si se trataba de madera importada la caoba y el almendrillo eran sus preferidos, y de ser nacional se inclinaba por el roble y el samán. Como dirigente social y representante de la revolución, se encargaba de llenar la mesa fabricada con tablones de saladillo puesta en la sala de recibo, con pasapalos dulces y salados. Desde la entrada adornaba con tulipanes alemanes, ya que las flores nacionales le parecían un tanto vulgar y fuera de tono, para recibir a tal o cual personaje importante del partido. Su mueble preferido donde nadie más que ella podía sentar, era una mecedora de madera libanés, con un dragón grabado en cada posador de brazo. Allí se sentaba a con

La casa de Marcela

  Muchas son las Marcelas que han pasado o están pasando por esto. Un cuento que no es tan cuento. #mujer #maltratoemocional #relato #escritores  LA CASA DE MARCELA. La podredumbre de aquella casa de paredes agrietadas era imperceptible al olfato ya acostumbrado de Marcela, la fui a visitar para que mi madre no me tomara por mala gente. Cada vez que ella no podía ir, me encomendada la tarea de llevarle una bolsa de alimentos por aquello de bondad del corazón.  Al entrar, Marcela me pedía que me quitara los zapatos para no ensuciar el piso de la sala, debía realizar un esfuerzo grande para disimular la grima que me causaba la cerámica manchada de excremento de perro, unas disecadas y otras frescas. Ella siempre vestía con vestidos enterizos no muy variados, o era el blanco curtido, el rojo con machones de carbón o el azul estampado de manteca rancia. El pelo despeinado y pobre de vitalidad; caminaba lento por el avanzado estado de su embarazo, me ofrecía café algunas veces me excusaba,