LA ÚLTIMA ESTRELLA DEL GENERAL.
El susurró de la muerte pronunciaba al oído del General su nombre entre cortado. Tenía la sensación de que la vida se le espantaba de su cuerpo, metió la mano debajo de la guerrera por el lado izquierdo de su abdomen, estaba gravemente herido. Sacó la mano ensangrentada y la miró por un instante como si mirara un retrato melancólico que le arrancara una sonrisa, sonrió el General. Daba pasos trémulos sin saber hacia donde, su refugio fue un arbusto de alelí que alguna mano quizás plantó para que un desdichado se refugiara en su regazo. Allí se recostó, concentrando sus últimas fuerzas en sus piernas para no caer.
"Los valientes morimos de pie".
Se repetía así mismo, extendió la mirada hacia la distancia lúgubre, buscando el rostro de su hija mayor en el horizonte, Estrella Marina. La miró pasar de repente con un vestido púrpura, con pies descalzos celebrando su graduación de médico, le sonreía al general con la inocencia de la despedida, él quiso llamarla, pero la voz por más que la incitó a salir no quiso.
Había fantaseado una vez con la muerte, pero no la había imaginado jamás así, se había escrito otra historia una noche decembrina junto a su esposa, le confesó que se veía en el día de su declinar tomando su mano, dándole el último adios envuelto en un profundo beso que marcara el inicio de su eternidad. Con el cabello pintado de canas, la piel esculpida con arrugas y sus dos hijas pidiéndole por última vez con gratitud, la latente bendición que las acompañaría desde ese día, pero la muerte envidiosa de los hombres que viven apagando el fuego de la injusticia, había tachado ese anhelado punto final. Se paseaba con la hoz de la certeza, cerca dejando sentir su aroma espeluznante, con la sensación entre dientes que brinda la ventaja de esperar sin tapujos en el final del camino de la existencia.
La sra. muerte sacó de su bolsillo una lista y tachó con el carbón de la extinción el nombre del General, suspiró satisfecha y le dio paso a la soledad mientras ella daba un paseo de gracia por los valles de Aragua. La soledad con mayor daño que la muerte misma se apoderó del General, él dejó de sonreír y cayó en cuenta que su fin estaba siendo irremediablemente triste, era trágico, era solo. Tan solo que sacó sus lágrimas para que le hicieran compañía, ni siquiera pudo notar una lechuza que silente lo observaba con lástima desde la copa de un seco araguaney. Le hubiera servido mirarla para marcharse sabiendo que hubo testigo de su acto final.
De pronto una aguda risa espantó a la soledad y esta dejó de torturarlo por un instante, era la risa de Estrella Valentina, mi "última estrella" dijo cuando teniendo 50 años la recibió en sus brazos. La pequeña tenía en su rostro la felicidad intrínseca de los 8 años, se paró frente a él lo miró con desconocimiento, pero con ternura. Le hizo un ademán tomando las puntas de su falda y siguió corriendo hasta desaparecer.
En un ahogado y casi inaudible susurro le dijo:
"Vuelve mi niña", sin coordinar que los espejismos no atienden.
Sus piernas no soportaron más su peso, y se deslizó por el tronco hasta caer sentado, para el General los mejores planes familiares nacían de la improvisación, era el único momento en el que se apartaba del rigor del orden. Pero ese último plan no era ni mejor, ni familiar, ni feliz; solo era el último plan.
Esa mañana le había prometido a su hija mayor estar con ella en el acto de grado y colgarle la medalla, con su hija menor el plan era comprarle un monopatín eléctrico. Y la promesa para su esposa Estrella Sofia fue la de renovar los votos en la isla de Margarita, pero todo se fue borrando con la sangre que impregnaba el uniforme verde oliva. Como concediéndole un deseo, las nubes abrieron paso a la luna, permitiendole mirar a los imponentes valles de Aragueños por última vez.
Sonrió una vez más el General y dio su último suspiro.
¿Quién lo mató? Solo su verdugo lo sabía y no hay como preguntarle porque un comisario lo mató, tampoco se le puede preguntar al comisarío porque un juez lo envió a la cárcel y allí se ahorcó. Tampoco se le puede preguntar al juez porque amaneció muerto en el baño de su quinta. Un periodista español quiso investigar, pero apareció su credencial en un basurero, alguien dijo que la orden salió de arriba. El General se volvió un estorbo por no acariciar la seductora señorita de la corrupción, ese mismo día que la despreció en el despacho del presidente, firmó con el lápiz de su integridad su sentencia de muerte. De todas las estrellas que portaba ninguna tuvo tanto valor como las que adornaban su hogar.
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