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EL CAMINO DE LAS AGUAS.

 

EL CAMINO DE LAS AGUAS.

Anita y Maria Carite eran dos hermanas que vivían en una humilde casa de barro con techo ralo de palma, donde la lluvia se tornaba más copiosa dentro que afuera. El solar de aquella humilde casa limitaba con el de la mía, por las mañanas era casi fijo que se aparecieran cada una con un recipiente en mano, una botella vacía de refresco para la leche, llevaba Maria. Y Anita una totuma mal labrada rayada por debajo con el nombre de ambas, esa era para la mantequilla o parranda según dispusiera mi madre en la nevera.

—¿Con que acompañaran eso? ¿con bollos o arepa? 

Les preguntaba mi madre, ambas cruzaban esa mirada de complicidad que expresa: "no digas nada". Mi madre con toda intención les insistía en preguntar, asumiendo la respuesta, para así sacar de su lacena un paquete de harina o avena, no eramos ricos pero de mi abuela aprendió que el que da, nunca pasaría hambre.

Anita respondía retorciéndose con una sonrisa penosa:

—Ahorita vamos donde don Pablo, y si nos paga la ropa que le planchamos ayer compramos una harina pan.

Ante la esperada respuesta mi madre no las dejaba irse con las manos vacías, para mí a mis escasos años de edad no comprendía como dos niñas que tenían madre y un padrastro, tenían que estar trabajando de domésticas. Yo trabajo en la quesera con mi padre, no por necesidad, lo hago porque me gusta.

Algunas tardes nos juntábamos a jugar el patio de mi casa, junto a otros vecinos. Todos traían algún juguete excepto las hermanas Carite, quienes consternadas a veces recibían el reproche de alguno que les exigía que trajeran sus propios juguetes. Yo para evitarles el mal rato les prestaba algunos viejos, eran de varón, pero para ellas eran los mejores juguetes del mundo. 

Asistían a la escuela de acuerdo a como estuviese el cajón de los alimentos, el cual se mantenía la mayoría de las veces con restos de granos de arroz partidos amarillemtos en un rinconcito mezclado con residuos de harina y pastas partidas. Y un sobresaliente olor a veneno para chiripa, mismas que sin necesidad de veneno se habían ido por la escasez. Además tenían un pensamiento inculcado por su padrastro, quien les repetía como si fuese su capataz:

—¡Cuaderno no mata hambre!, hay que salir a buscar la pan.

El era como los fariseos, mandaba a hacer pero no hacía. La madre no hacía nada para impedir tal acto hacia sus niñas, ella era otra víctima supongo. El niño Jesús no se sabia la dirección de Anita y Maria porque allí nunca llegaba, siempre dejaba los regalos en la iglesia o en casa de algún cristiano que pasado la noche buena se los venía a traer. Y casi siempre era una bolsa de comida.

Una tarde nublada después de una copiosa mañana con vientos de chubasco, salieron ambas hermanas a lavar donde doña Eucebia, quien les había prometido un kilo de frijoles bayos, un cuarto de queso fresco y media botella de manteca de cochino. A pesar de lo mal que estaba el día para esta labor, ellas omitieron el detalle puesto que el hambre no da treguas. Al llegar a casa de la señora, como era de esperarse les dijo que por el mal tiempo lo dejasen para otro día cuando les favoreciera el sol.

—En agosto hay que cazar los días para lavar mis hijas.

Dijo doña Eucebia al tiempo que las despedía sin paga por supuesto. De regreso un hombre salió de los matorrales que bordeaban el camino, y les presentó una propuesta muy tentativa. Les mostró unas monedas que sacó del bolsillo, dijo que eran de oro y si lo acompañaban al río a lavarle una ropa que había dejado allí, les daría doce monedas de esas. Ambas se miraron dudando de la propuesta del hombre, pero la necesidad ligada con la inocencia las empujaron a aceptar tal propuesta.

Al llegar a la orilla del río observaron el torrente de aguas turbias, la corriente estaba al borde por las intensas lluvias de la mañana. El extraño hombre no tenía ropa alguna para lavar, les dijo que la maleta se le había caído al río junto con unas golosinas y las monedas de oro. Y que si tan solo entraban con él a las aguas, encontrarían la maleta y les regalaría todas las monedas y las golosinas, pero no la podía encontrar sin la ayuda de ellas.

—Con esas monedas su mamá se comprará una casa nueva, y ya no pasarán hambre. Sólo tienen que tomar el camino de las aguas conmigo.

Dijo el extraño incitandolas a entrar, la fragilidad de dos mentes ilusas sin malicia decidieron tomar el camino de las aguas. Caminaron sin parar, a medida que seguían el camino de las aguas sus cuerpos se iban poniendo tan fríos como una panela de hielo, les vino un miedo seguido de una paz inmensurable, se tomaron de la mano y dejaron de ver el verde paisaje que cambió a un blanco brillante. No regresaron jamás de su letargo.

Ahora ambas duermen en don pequeñas cunas tapadas con dos placas de cemento donde su madre escribió antes de que se endureciera:

"Pronto nos volveremos a ver, para ser su madre nuevamente, pero esta vez seré para ustedes como ustedes fueron para mí"

He salido hoy al patio y he visto debajo de la mata de mango, entre un montón de hojas húmedas, la totuma que tiene grabado el nombre de las dos hermanas que tomaron el camino de las aguas. Del extraño hombre, nadie supo nada.



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