EL ALGODÓN NO ES DE AZÚCAR.
Inocencio Maestre era un joven nacido en el pequeño pueblo de Cabruta, a quien sus padres se lo llevaron a los escasos tres años de edad a la gran Caracas. Convertido en un adulto falto de madurez para su edad, viajó a visitar algunos parientes en el pequeño pueblo, nunca había salido de la ciudad de los techos rojos. Su vida había rondado en la burbuja capitalina, por esa razón desconocía la naturaleza de algunas cosa que en la ciudad eran desabridas o sintéticas, pescados enlatados, frutas congeladas y plantas artificiales para adornar interiores.
Cierto domingo por la mañana, su abuelo lo llevó al sembradio de algodón, emocionado por degustar su paladar con la golosina que el conocía, tomó una de las motas y se la llevó a la boca, escupiendola de insofacto.
—Que sabor tan raro tiene este algodón —dijo quitándose las peluzas de la lengua con los dedos.
—Eso no se come —gruñó el abuelo.
Atónito se quedó Inocencio Maestre, surgiendo en ese instante un conflicto existencial.
—¿Cómo que no? —replicó —si los algodones son dulces.
—Será en Caracas muchacho, aquí no. —Respondió el abuelo.
Razonando en su confundida memoria concluyó que sino era real el algodón de azúcar, tampoco sería real el niño que su maestro de meditación le decía que llevaba dentro a quien tanto le gustaba el hilo de caramelo. Ese conflicto le robó el sueño, el hambre; en fin, la paz.
No dudó en buscar ayuda, acudió el consultorio del dr Narvaez. Un reconocido medico, amigable y preocupado por solucionar los problemas de quienes acudían a su consulta.
Inocencio Maestre le contó el incidente del algodón, y de cómo había vivido engañado por creer que el algodón real era de azúcar.
—No, no Inocencio —expresó el dr. —el algodón de azúcar son hilos de caramelo que al derretirse toman el aspecto de el algodón, pero el algodón real es de fibra esencialmente. Y sirve para fabricar telas.
Oyendo la explicación del médico su impresión fue mayor al saber que se vestía con el algodón real. Con una agitada vergüenza le solicitó al galeno que lo ayudara con un conflicto mayor.
—Mi mentor me ha dicho que debo descubrir mi niño interior, ¿Usted me puede ayudar con uno de esos aparatos? Capaz y lo pueda ver.
—No puedo —dijo el dr. Narvaez.
—¿Por qué? Si usted sabe mucho.
—Sí pero no hay un aparato que detecte ese niño interior, que además no existe.
—¿Cómo? —Expresó Inocencio aterrado por tal confesión.
Argumentó con total serenidad que si existía porque el así lo sentía. El dr le miró fijamente y le pidió qué se lo demostrara.
—Em, bue, bueno... por ejemplo a veces me pega el olor a café con leche en cualquier lugar y me provoca el que mi abuela me hacía cuando era niño, y a veces veo un pozo de agua en la calle y me provoca meterme como cuando era niño, y estoy seguro que ese es el niño que está en mi.
Imperturbable el dr le preguntó:
—¿Conoces la teoría del condicionamiento clásico?
—No señor —contestó.
—Un científico hizo un experimento con un perro y una campanita, ponía comida en un plato sonaba la campana y el perro al oírla venía contento a comer. Lo hizo por varios días, luego para probar su teoría de que los seres vivos responden a estímulos, sonó la campanita con el plato vacío y el perro vino moviendo su cola, alegre por la comida, pero no había nada. Así el científico probó que el estímulo de la campana le indicaba al perro que era hora de comer, lo mismo pasa con nosotros, olores y sabores siendo adultos nos llevan al niño que fuimos que ya no está, solo quedan emociones que nos ligan a él. Y eso es lo que tienes tú, además lo has complicado creyendo porque así lo conocías, que algodón era de azúcar, es lo que pasa con las falacias.
—¿Y que es una falacia? —preguntó Inocencio sin salir de su asombro.
—Un argumento que usan los engañadores para manipular al ingenuo a su conveniencia, debido a su parecido con la verdad, como el algodón de azúcar y el natural.
El dr hizo un silencio necesario para que la mente Inocencio pudiera digerir lo que había oído, y añadió:
—El mundo hay que verlo desde nuestro ojos, no por los de otros. Deja de escuchar tanto a tu mentor y de leer sobre autoayuda, nadie te va a enseñar a ser feliz. Debes descubrirlo tú mismo.
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