DE ESTE LADO DEL MURO.
Magda era una chica con sueños abarrotes acumulados en la canasta de su inocencia, con toda las ganas del mundo deseaba ser maestra, sus padres quienes eran profesores alarmados por la noticia de su hija le respondieron:
—¡Te vas a morir de hambre! Tienes que ser ingeniera hija para eso hemos ahorrado, para que tengas una carrera lucrativa.
Magda estaba parada frente al muro del miedo, oyendo el eco constante de quienes se dicen los valientes y mentores de la sociedad, que nunca faltan en todos lados. En el trabajo, en la familia, en los amigos.
《El éxito está del otro lado del muro del miedo》
Pero Magda esculcando entre unos libros viejos de la biblioteca de la familia, se encontró con el relato de un psicoterapeuta que describía los hallazgos de cada persona de este lado del muro y su valor. Y comenzó a meditar sobre las cosas reales y tangibles que tenía consigo de este lado del muro. Tenía una pasión por la enseñanza, tenía una visión fija de lo que estaba dispuesta a esforzarse por hacerlo, tenía la seguridad de ser lo que había decidido ser con lo que tenía de este lado del muro, y no con un tal vez que le depararía el destino del otro lado, donde el vulgo dice que solo llegan los valientes.
Se hizo maestra a pesar de la oposición de sus padres, no gana mucho en la escuela rural donde enseña, pero el sueldo de la felicidad no viene en cheques. Se ha casado Magda, aunque todos comentaban a sus espaldas:
《Se va a casar con ese jornalero》
No le importó el status económico de su marido, le importó lo que pocos saben brindar por estos días. Respeto, confianza y una profunda admiración por ser ella la nueva maestra del pueblo, además del amor que le demostraba en la dulzura del hacer y la calidez del hablar. Decidió ser madre, y de nuevo estaba frente al muro estigmático del juicio colectivo.
《Estas muy joven para tener un hijo, la vida te va a cambiar》
Esas palabras resonaron en su cabeza por algún tiempo, a raíz de esto le venían preguntas tales como:
—¿Y si no soy buena madre? ¿Y si fracaso?
Pero se recordó de aquel relato del viejo libro, entonces sacudiendose el polvo del síndrome del impostor, volvió a poner en una balanza parándose frente al inmenso muro imaginario, y pesó todo lo que tenía. Tenía la madurez de para serlo porque así lo sentía en su corazón, tenía un esposo que caminaba junto a ella por el complicado camino de la vida, tenía un carisma innato que le dictaba ser buena con los niños, y sacando todo eso como se saca el trigo de la cizaña se dijo:
—Tengo las ganas, y me siento capaz.
Al nacer su hijo Magda pensó que el muro estigmatico de la sociedad no aparecería nunca más, pero fue peor. Todos los que tenían hijos mayores le querían enseñar a ser madre, esposa hija y buena maestra, en fin, a no descuidar ni uno de los flancos.
—Sino te arreglas tu marido se fijará en otra —decía su madre.
—Sino va a dar clases el horario completo, mejor no que no vaya a la escuela —decía alguna madre molesta por no librarse toda la mañana de su hijo.
Y los comentarios coléricos que le sacan la piedra a toda madre, y que no fallan en las reuniones sociales, tratando de disfrazar la burla con la mala intención de un consejo comparativo.
—El niño mío ya se sabe todo el abecedario y los números hasta el veinte en inglés, el tuyo ¿se sabe las letras? —comenta una madre orgullosa.
Magda gesticula con un movimiento de cabeza negativo, y una sonrisa a medias ya que su hijo ha vivido las etapas con la lentitud propia y natural de su capacidad.
—El mío se sabe los colores en francés e inglés —dice otra tratando de superar el comentario anterior.
Así la escalera de habilidades va subiendo y subiendo, hasta llegar al niño que le falta poco por descubrir un nuevo elemento para agregarlo a la tabla periódica con tan solo 5 años. Mientras el de Magda sólo sabe hacer pucheros, caminar con pasos endebles y dormirse en el pecho de su madre oyendo la vaca lola.
Magda no atravesado el muro, eso cree; pero tiene el hijo que deseó, el esposo que escogió y la pasión por la enseñanza. Y solo ha valorado lo que tiene a la mano de este lado del muro del miedo cuando le ha tocado pararse frente a él.
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