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El año del espanto en mi pueblo

 











La sayona de mi pueblo.

Despojadas las calles de asfalto, agrietadas por las intensas lluvias que bañaban al pequeño poblado; donde la única diversión eran las riñas de gallo cada fin de semana. Una vieja chalana que servía de comunicación con el estado vecino, mi pueblo era tan tranquilo que faltaba motivo alguno para estimular su existencia. Los ancianos se reunían en la plaza, a contar historias difíciles de creer; sobre el caimán patrullero y cosas de dudable existencia. 

La tranquilidad de mi pueblo se desmoronó con una aparición que estremeció a los habitantes a tal punto que las noches ya no eran iguales, los dueños de gallos y galleras, cesaban sus actividades temprano. Cachalote el único ladrón del lugar, había dejado sus actividades nocturnas, y se había metido a pescador; por temor a la nueva aparición. Quienes habían avistado al espectro, lo describían como "infernal"

Desde el primero de diciembre de ese nefasto año, una aberración terrorífica empezó a sembrar terror en mi pueblo. Cada fin de semana, después de las diez de la noche; desde el costado norte del antiguo y único cementerio, salía ese engendro con forma de mujer, muy alta, ni los hombres más fornidos se asemejaban a su estatura. Vestía ropa blanca de larga falda, la cual arrastraba por el piso al caminar, o levitar aseguraban algunos. "La sayona está en Cabruta" dicha voz se regó en todo el municipio. Para el 24 de diciembre se desapareció el hijo de Maria la costurera, quien había salido como Juan Hilario a desafiar al espectro, todos aseguraron "se lo llevó el espanto"

Caletero hombre de una fuerza bruta impresionante, incrédulo hasta de la existencia de su sombra; afirmaba que ese demonio no existía. Alguien propuso que si el era tan incrédulo que la fuese a esperar a la puerta del cementerio, Caletero aceptó el reto. Los adinerados de mi pueblo, establecieron apuestas que después del desenlace, algunos quedaron en ruinas. Dos bandos se establecieron, los que apostaban por la huida de Caletero y los de la contra; todo arreglado faltaba un cabo por atar, ¿Quien testificaria el echo? Para poder dar fe de la conducta del retado hombre. 

Un grupo de 10 hombres vagos, y alcohólicos se ofrecieron a presenciar el echo, con tres condiciones, la primera era un litro del mejor aguardiente del lugar, la segunda una linterna de largo alcance y por último una biblia para recitarle algún salmo, si el demonio los perseguía. Dado todos los arreglos, la noche lúgubre fue llegando lentamente, el sol se fue desapareciendo detrás del inmenso cerro que sirve como muro entre el pueblo y las aguas del orinoco. Caletero estaba sentado sobre una piedra al frente del viejo lugar que refugia muertos, a tres cuadras de él; los peculiares testigos observaban rotando turnos uno a uno, desde la copa de un gran caracaro. Se repartían entre sí la botella para tomar ánimo. 

Pasada las diez de la noche, se deja observar una silueta vestida de blanco, saliendo detrás de un arbusto, muy lentamente y haciendo un ruido casi imperceptible al oído. Caletero con frío espíritu, se levanta de la roca y empieza a dar pasos cortos hacia la figura; esta al ver el gesto del atrevido hombre, lanzó un grito que los testigos del echo, huyeron despavoridos dejando el litro de ron junto a sus calzados en la estampida. Ese grito no sirvió para que caletero se ahuyentara, se detuvo por un momento mirándola fijamente; otro alarido estremece las puertas del cementerio; pero el dispuesto hombre solo suspiro ensanchando su nariz, y sigue lentamente hacia el frente. 

—si rezas me fortalezco —dijo la mujer con voz ronca.

—no soy hombre creyente —replicó, y armandose de un pedazo de madera se abalanza sobre ella, la cual en un intento fallido intenta huir; el la toma por el borde de la inmensa falda y a pesar de sujetarla con fuerza se le rompe en las manos, y la mujer logra dar grandes pasos; pero se enreda con las falsas piernas de madera y cae a tierra, suplicando clemencia. 

Caletero la amenaza con el trozo de rama, ella se cubre el rostro con los brazos; ante este gesto se convence que no trataba más que de una mujer común. Baja el arma contundente, y deja que la falsa sayona se siente y le de una explicación. La mujer se descubre el rostro que cubría con un velo raído y sucio, al verla Caltero expresó:

—¡Julia si tu marido el prefecto se entera de esto te mata! ¿Por qué haces esto?

La mujer secándose las lágrimas le confiesa que su padre la vendió por mujer al prefecto, pero ella amaba al hijo de Maria la costurera, quien no estaba desaparecido; estaba en un rancho que ambos habían hecho en la cúspide del cerro para disfrutar su amor, disfrazarse de sayona le había servido para no levantar sospecha, y salir cada fin de semana cuando su marido se emborrachaba y todos se resguardaban, para asi visitar al hijo de Maria y consumar el amor de los dos.

Le suplicó a Caletero para que no le delatara, ya que las consecuencias serian terribles, este aprovechando la huida de los testigos le dió su palabra que no la delataría, y le propuso huir con su amantes hacia el Apure,  en una lancha que salía al día siguiente; la propuesta era oportuna para no aceptarla. 

Al amanecer todo el pueblo se reunió para saber el testimonio de Caletero y de los testigos, los cuales afirmaron que el espanto nunca llegó; así las apuestas en contra de que Caletero descubriría el azote del pueblo; fueron perdidas. Entre la confusión y la algarabía el prefecto pidió silencio para oír la versión del hombre. Echo el silencio expresó: 

—digo que si vi al espanto, hablamos me confesó que vino por el alma de dos hijos del pueblo que ya cautivó,  y me reveló donde está escondida la piedra de oro de Barrabas, así desde hoy ni ese espectro, el hijo de doña Maria, su mujer sr. prefecto y yo; no volveremos a este pueblo.

              Carlos Aponte.

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