ZAQUEO, BUSQUEDA Y CAMBIO.
Me encontraba sentado sobre mi sofá de madera importada,
en la sala de mi casa; pensaba en las tantas riquezas que he acumulado; al
mismo paso que mis posesiones crecían, también crecían mis enemigos. No soy un
experto economista, tampoco un emprendedor exitoso, ni mucho menos un
empresario; solo soy el jefe de los servicios tributarios de la ciudad, por eso
la gente me odia porque del trabajo de sus manos sale mi ganancia.
Pero ya nada de lo que estaba haciendo por muy lucrativo
que fuese no me llenaba; quería algo diferente, es más estaba casi seguro que
no quería seguir disfrutando de la negra alegría del dinero obtenido fácilmente.
No había sido un hombre muy creyente; pero vaya que ese hombre llamado Jesús había
llamado mi atención; recuerdo el día que vino a mi ciudad. Las avenidas estaban
colapsadas; parecía una fecha de temporada alta, los carteles invadían los
postes, las emisoras anunciaban que Jesús de Nazaret a quien también le
llamaban maestro, vendría a la localidad a predicar su mensaje. Muchas personas
con muletas, otras en silla de ruedas, otros traídos por sus familiares en
camillas se formaban en fila a la orilla de la avenida principal, desde la
noche anterior; pues a juicio de ellos, ese hombre traía la solución que buscaban.
Al amanecer del esperado día, serví un café y un pan con
queso me senté frente al televisor, puse el canal de noticias, decidí cambiar
la programación, pues solo hablaban de la visita del predicador. Quería ver algo
entretenido, pero retrocedía por alguna extraña razón, a la noticia de la llegada del hombre a la
entrada de la ciudad.
Entonces pensé; ¿qué tal si ese hombre que llaman el
maestro me puede ayudar a cambiar esta vida que ya no quiero seguir?. Dejé el
pan y el café sobre la mesa de la sala y tomé mi moto Harley, y me dirigí a la
entrada de la ciudad, de haberlo hecho en el auto me hubiera retrasado por el
tránsito. No sé si tal vez era una alucinación, pero sentía que debía darme
prisa; llegué al lugar, no era cualquier concentración era un rio de gente;
estaban los que venían a buscar de El pero también los amarillistas que estaban
solo para desprestigiarle. Allí mi
pensamiento fue uno solo, tengo que verlo que tal y esta sea la única vez que
venga a la ciudad; estacioné la motocicleta debajo de un sombrío sicómoro, me
pareció estratégico pues la marcha que envolvía a Jesús se dirigía hacia el, y
mis ojos querían percibir el rostro de aquel judío del que todos hablaban. Me subí
al árbol; ya que soy un hombre de estatura poco favorecida en altura y la multitud
no me dejaba ver. Subí a lo más alto del árbol, allí logré divisarlo; ni todo
el dinero del mundo me había causado tanta satisfacción ante mis ojos, como
aquel hombre; era como si un sol de sanidad y paz habitara en su ser.
Acercándose al árbol
apretado entre los marchantes, levantó su mirada y la fijó en mí, para mayor
asombro sin conocernos me dijo: Zaqueo, date prisa, baja, porque hoy es
necesario que pose yo en tu casa.
Descendí, sintiendo un leve temblor en las piernas, pues
entre tanta gente me había nombrado a mí, entonces no era para menos mi emoción.
Los conduje hasta mi mansión, les abrí
la puerta principal completamente, mandé a mi mayordomo a preparar un banquete
para Jesús y doce hombres que lo acompañaban. Nos sentamos a la mesa me miró y
me dijo: hoy ha venido la salvación a esta casa.
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