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SOSPECHO DE TI. II PARTE.


Pasaron dos semanas desde aquel suceso; un compañero de promoción de Arias, apodado el conejo Peña; con el cual tenía una amistad muy sólida desde que habían empezado la carrera de las armas. Lo enviaron a una situación de rehenes en una finca abandonada, llegando al lugar no había presencia de grupos que operaran al margen de la ley; regresando a la comandancia fue interceptado en el camino, como si fuese algo planificado, pues de los tres vehículos que marchaban en la caravana, justo el ataque se concentró en la unidad donde se trasladaba el conejo Peña. Esto lo supo Arias por el reporte de un periodista independiente, que lo público en su página personal de Internet; una tragedia más que despertó con mayor rigor en él la incertidumbre.  Se preguntaba dentro de sí, si sería cierto lo que dejaba el reportero el pie de la página “se presume que el sargento Peña estaba inmiscuido en un plan de revuelta militar”. No era un pensamiento exagerativo para el momento, pues en la nación de Puerto Marcel había mucho descontento en los diversos sectores del país. El componente armado de la pequeña y rica nación no era la excepción, estas ideas revoloteaban en la cabeza; pero se daba aliento en un viejo dicho, el que no la debe no la teme.

Peña conversaba consecuentemente con él, si hubiera andado perpetrando algún plan se lo hubiera comentado; o por no decir le hubiera invitado a unirse. Pasada una semana más, dos tenientes con quien Arias compartía en los fines de semana libre, haciendo sancocho o una parrilla, se incendiaron en sus barracas mientras dormían, sin aclarar los detalles de la escena. Arias empezó con una especie de paranoia, tratando de negarse a sí mismo que los oficiales y compañeros de curso estaban como siendo quitados del camino, por la conveniencia de alguien, pero voces en su cabeza, lo acusaban a mantenerse despierto durante las noches que pasaba en el cuartel. Movido por estas ideas volátiles, se reunió en privado con un soldado que estuvo presente aquel día la manifestación en la plaza central. Lo interrogó hasta que el soldado le confesó bajo juramento, que se les ordeño en la reunión donde Arias no estuvo presente, que al oír las detonaciones, lo dejaran como blanco fácil, pero le aseguró no saber la razón. Ya la duda de que la muerte de sus compañeros era mera casualidad se empezó a disipar, recibió un mensaje de un teléfono no conocido “la falla de los traidores se tiene que corregir”. 

Un mes había transcurrido de manera sombría, comenzó el sagaz sargento a realizar una lista en su mente, de aquellos que pudieron haber creado el rumor sobre su supuesta in-subordinación, contra el gobernador de su nación. Estando en una cena familiar, mientras hacía chistes de humor negro, un nuevo mensaje de con oscura intensión, hacia una alerta “quien te está delatando está más cerca de ti, de lo que crees”. Por más que intentaba contactar el remitente, no tenía éxito con ello.

Su esposa le pregunta.

-          -Que sucede mi amor? Porque cambiaste la cara con ese mensaje?

-        -  Problemas en el cuartel, pero nada del otro mundo; me molesta que no respetan mi momento en familia.

Dijo mientras hacia un gesto de negatividad con la cabeza.

-          Bueno no le prestes atención, ni que se tratara de un levantamiento militar o una emergencia nacional. Así que quédate tranquilo.

Le dijo la esposa mientras limpiaba sus labios con una servilleta, y sonreía.

Quizás sería parte del pánico donde estaba cayendo, pero se le hizo extraño; porque no acostumbraba a comentar los temas de su trabajo con su compañera, menos si se trataba de una situación donde estaba sintiendo temor por su vida para no preocuparla.

Cada día en el cuartel se empezó a tornar como un video juegos de suspenso, porque el rumor tomó mayor fuerza, sobre su liderazgo en un movimiento que iba a dar un gran salto en la historia política de la nación. Desconfiaba de su comandante, de sus alumnos de la academia de su edecán a pesar de ser un muchacho de íntimo trato.

Una mañana entró al comedor, se encontraba solo, no era hora para la comida y era propicio para hacer una llamada sin ser molestado. Tres hombres a pasos firmes ingresaron al lugar, con armamento de porte oficial, cosa que dentro de las instalaciones no eran necesarias, tampoco era la norma. Entre los hombre se encontraba el teniente que comandaba en el puesto y dos suboficiales, tenían una expresión de rostro, marcada de dudas casi despejadas según su juicio sobre la mano metida de Arias en un plan oculto.

-          -Tranquilo Arias, hable como si no estuviésemos acá.

Dijo el teniente mientras se sentaba en el banco, colocando su gorra sobre la mesa; los dos acompañantes se quedaron de pie.

-        -  No se preocupe mi teniente, no era nada importante. Dígame que necesita de mí.

En un gesto de prepotencia, entrelazando los dedos y apoyando ambos codos sobre el mesón dijo:

-        -Estamos en confianza Arias, dígame que sabe usted de un supuesto movimiento que se está gestando y es justo dentro de este cuartel.

-        -  No tengo ninguna novedad sobre eso, si lo supiera ya se lo hubiese informado.

Responde Arias con todo aire de seguridad.

-          Los rumores son fuerte Arias, y de ser así yo le aconsejo que se aparte; los traidores pagan hasta con la familia, y usted no quisiera eso.

Así terminó en tono temerario y amenazante el frío comandante, retirándose del lugar.

Para Arias no había salida más pronta si quería preservar su vida que huir, el rumor se le había convertido, en una inmensa red de la cual no podía zafarse, y lograr limpiar su nombre. Por otro lado las palabras del comandante, no eran un simple decir; le dejo un mensaje infundado en su alma. Ser un desertor era una idea sin cabida en su mente, y no era a la muerte su mayor temor, sino a la mentira de marcarlo como un traidor a su ley y a su nación, ya lo habían hecho con sus compañeros caídos.

Percatado de estar solo, no titubeo en tomar uno de los vehículos con el pretexto de ir a surtirlo de combustible. Pasó por su casa, a pesar de haber tenido pensamientos paranoicos sobre su esposa, estos se disiparon por haberla encontrado temblando, con ambos niños acurrucados como mamá pollito, a causa de unos hombres vestidos de negro que estuvieron merodeando se casa, muy bien armados dejando un escrito en la pared con pintura carmesí “los traidores pagan hasta con su familia”. Recogiendo lo que podían llevar en bolsos de mano, se dirigieron al aeropuerto allí despidió a su familia, tomando un vuelo con escala a rumbo desconocido; no era prudente que se fuese con ellos. El partiría su viaje por tierra, dejó abandonado el vehículo institucional en el aeropuerto y se dirigió a la frontera, con la petición en su boca de no ser revisado en los puestos viales.

Dos días y dos noches de viaje, cansado Arias veía la luz de la esperanza al llegar a la frontera; tomo el mismo camino de todos los transeúntes, acercándose al puesto de control fronterizo, ve un cartel pegado en un poste el cual tenía al pie de la hoja “se busca por desertor”, el pegamento de una de las esquinas se había desvanecido, lo que dificultaba por el dobles del papel la visión completa de la fotografía; una ráfaga de viento agitó al papel dejando al descubierto el rostro, con un encabezado “El sargento Arias Pineda…”. Pasar por ese lugar era sentenciar su salida, inmóvil se quedó en medio del rio humano que lo tropezaba; uno de los que revisaban la identificación de los transeúntes, levantó la mirada y reconoció el rostro de Arias Pineda. Este le hizo el llamado para que avanzara, su corazón acelerado le dictaba corre. El puesto aduanal conducía al puente sobre el río grande, seco por la temporada del verano, hacia ese  río estaba su salvación. Lo llevaría a cruzar la frontera y pisar la tierra que le borraría su incertidumbre; no hizo caso al llamado y se abalanzó por el monte hacia el ancho río, el soldado dio voces de alerta sobre el fugitivo, con seis hombres más se fueron tras su huella, se generó confusión en los peatones; empezaron a murmurar: de seguro algún delincuente queriendo limpiar su nombre saliendo del país.

Se oyeron detonaciones en el espeso monte, pero Arias pineda había logrado pasar la línea de limite, y llegar al puesto de frontera del vecino país; donde se le brindo protección.

 

Un año después se supo que el mismo teniente que comandaba en el cuartel era el de la rebelión, con la intensión de instaurar un régimen totalitario, cosa que no se logró. El sargento solo era una pieza de distracción usada por intereses, mayores. Ahora Arias pineda vive en un país que me reservo a revelar feliz con su familia, así me lo pidió.

Como lo sé? Pues yo era su edecán.

                              Fin

 

 


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