Al día siguiente a Anastasio solo lo embargaba la impotencia de no haber asegurado con mayor fuerza al misterioso caminante, a la puerta del corral jadeante llegó el comisario como si el alma se le fuese a salir en pedazos con cada bocanada de aire. Tomo una butaca para sentarse y con una señal pedía agua; de inmediato don Anastasio mando a alcanzarle un vaso de agua. Entre sorbidos el hombre sacaba su mano abierta señalando a los presentes que se aguantaran, cuando recobró el aliento logró expresar palabra.
- - Anastasio la nieta de doña Paola nos dio una
seña.
- - Y que dijo?- Con un tono muy curioso preguntó
don Anastasio.
La muchacha había contado que la tarde de su desaparición uno
de los obreros le había brindado un refresco en la bodega de Argimiro y, luego
de eso perdió la conciencia; a pesar de
no saber su nombre ella aseguró que si lo veía se recordaría de su rostro.
Además también agregó que no era un solo hombre el que llegaba a la vieja casa
sino dos, porque ella aseguro que su verdugo antes de irse otra voz desde
arriba le decía: “ya fui a la cochinera”.
- - Necesito que sus obreros me acompañen a la casa
de gobierno, ya la división de antiextorsión y secuestro están por llegar; por
fin me respondieron. No creo que se nieguen en ir el que no la debe no la teme.
Dijo el comisario encogiendo los hombros.
Lo extraño en un pueblo tan pequeño, es que la joven no
conociera el nombre del obrero; pues todo tiene una explicación. Por aquellos
días don Anastasio, había contratado a un amansador de caballos para que le
aperara (domara) unas bestias. Al estar
en la casa de gobierno el comisario con los diez trabajadores, y la comisión de
la policía que ya hacia acto de presencia. Colocaron a la joven al frente para
identificar al implicado; en efecto la joven con mano temblorosa muestra de los
horrendos días que había vivido, señaló al amansador, el mismo hombre que ya no
creo que por casualidad tropezó con la bicicleta oculta en el monte. Ahora todo
parecía encajar.
Quien invadido por el miedo empezó a maldecir a la muchacha,
como si perdiera la razón, y daba voces
- - ¡aquí yo no soy el monstruo, yo solo colaboré,
me pagó para que lo hiciera!
Sometido a un riguroso interrogatorio, no dijo nombre
alguno; solo reía como fuera de la razón; y repetía.
- - Encerrándome a mí, no acaban con el monstruo.
El comisario reportó al jefe de la comisión sobre el
comentario de la joven sobre la cochinera; como ráfaga de viento se dirigieron
al hato de los Heredia; en la primera inspección no se habían percatado de
revisar la cochinera. La misma a diferencia de la casa tenía el techo intacto,
y al fondo había una pared hecha de pacas de paja, al derribarla la luz de la
esperanza había llegado, para quien
luego de largos y oscuros ocho días, atada a un estante de madera casi
sin aliento balbuceaba:
- - Padrino ya basta.
- - ¿hasta cuándo?
Era Anamelia, sobreviviendo por la misericordia de Dios a la
más tétrica etapa de su vida. No hacía falta preguntar quién era su verdugo,
desatada Anamelia don Anastasio la tomó en sus brazos como su tierna flor que
siempre había sido; para ambos fue un nacer de nuevo. Un solo pensamiento invadió la mente de don Anastasio,
ir a cobrarle con la vida a quien por tantos años había sido su familia. Al
dejar a Anamelia en la medicatura, se fue ciego de la rabia a la taguara de su
compadre, con su fiel compañera de dos cartuchos. El comisario al percatarse de
la sigilosa salida, se fue siguiendo los pasos del viejo león herido de tanto
dolor; la bodega estaba con la puerta cerrada. Daba la impresión que Argimiro
sabía lo que se le venía, saltando el tranquero de la casa principal Anastasio
le dio voces.
-
Compadre vengo a cobrarle lo que me le hizo a mi
muchacha.
Con gran afán Argimiro intentaba encender un viejo camión
que tenía desde hace mucho una falla con el arranque, al mirar los ojos encendidos
de Anastasio quien lo tenía al alcance de disparo; solo levantó las manos como
escudo para cubrirse el rostro. Como ágil felino el comisario le tomo la
escopeta a don Anastasio, llamándolo a la cordura que no lo hiciera, que
pensara en las consecuencias ante Dios y ante la ley. Volviendo en si don
Anastasio desistió no conforme del todo de la idea de descargarle el arma al
perverso monstruo de su princesa.
Puestos ante la ley ambos desalmados confesaron sus
crímenes, a la nieta de doña Paola y a Anamelia las había secuestrado el mismo
hombre. El nuevo obrero amansador de caballos, pagado por don Argimiro, ambos
se repartían a las jóvenes como botín para saciar sus bajos instintos. El mismo
comisario llevó a los convictos a la ciudad para pagar su pena, cosa que no
alcanzaron, al regresar le contó a don Argimiro el destino que les toco a los perversos
hombres al llegar al reclusorio; no vivieron para contarlo.
Ahora Anamelia ya no va como antes a buscar la leche en el
fundo de su abuelo, ya no quiere montar bicicleta, solo sale en las tardes a
una iglesia cristiana, pues confiesa haber encontrado tranquilidad brindada por
parte de Dios. Va a esperar el fin de las vacaciones para regresar a su ciudad,
no se sabe si regresará en las próximas vacaciones.
FIN.
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