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ANAMELIA DESAPARECIDA. IV PARTE UN GRAN HALLAZGO


 

Se preguntaba dentro de sí, don Argimiro  si aquella razón que le dio el forastero seria cierta, el comisario del pueblo tenía ya varios días tratando de hacer contacto con la comandancia  de su correspondencia; pero producto de fallas sistémicas con la comunicación se lo había impedido.

Un excéntrico comentario en el fundo de don Anastasio parecía tornar una confusión, o quizás un indicio del paradero de Anamelia; el mismo trabajador que había dado traspié con la bicicleta de Anamelia trajo un rumor del hato el roble donde  el encargado le comentó; sobre un hombre que pasaba por las noches   por el viejo camino real  casi borrado por el espeso pasto, hacia las ruinas del hato el triunfo abandonado hace muchos años. El cual había pertenecido a la familia Heredia, dinastía del dueño del matadero de ganado, el mismo encargado le había dado su propia conclusión al obrero “tal vez sea el mocho Heredia que visita las ruinas del hato a rezarle a sus difuntos”.

Según la descripción del caporal, con la luna clara se veía el  hombre vestido con una vestidura de color oscuro; al parecer una guayabera cuyo borde daba casi a la rodilla y, un sombrero de alas caídas que daba un aspecto sombrío. Regresaba por las madrugadas cuando se estaba empezando la labor del ordeño; y el caporal en una oportunidad lo alerto con un grito “juey” pero solo una sorda respuesta fue lo que percibió del transeúnte. Quien ya tenía más de dos semanas en  ese ir y venir.

Sin vacilación don Anastasio al enterarse del relato de naturaleza intrigante, se dirigió al matadero del mocho Heredia para solicitarle el permiso de revisar los predios de la finca abandonada; a lo que el matador no le dio una respuesta favorable ya que le pareció una ofensa ir a profanar las tumbas de sus antepasados que estaban allí en un cementerio familiar. Don Anastasio le prometió por su nombre no irrespetar el lugar, pero que así como el resguardaba su sentido de pertenencia por sus familiares; debería de comprender con mayor fuerza la resiente perdida de su nieta. Como no hubo manera de que el matador accediera, don Anastasio por respeto quiso proceder por el camino derecho y, fue donde el comisario para que intercediera por el ante el mocho Heredia para que accediera a su petición.

El comisario un hombre poco estudiado y poco conocedor de la ley, pero muy justo en su humilde conocimiento y audaz en la elocuencia. Arribó al matador con una amenaza infundada que podía traerle consecuencias graves al intransigente hombre.

-sino accede a que se revise la fundación nosotros no seremos su mayor problema, sino la división de secuestros cuando lleguen y ya les mandé a dar aviso hoy por la mañana. Al parecer tal argumento fue valido para cambiar la posición adoptada por el sr Heredia, con la sola petición que no fuese al oscurecer, ya que él era un hombre muy supersticioso.  Resuelto el inconveniente, el mismo comisario se ofreció en acompañar a don Anastasio para incursionar en el lugar; una nueva esperanza parecía asomarse para el corazón desgarrado del viejo Montoya.

Encontrándose en el lugar de las ruinas se podía sentir cierto viento frio que impregnaba el ambiente. Dos casas grandes en con patio sombrío por la presencia de cuatro gigantescas matas de mago, la casa matriz la que quizás fue la casa de los patrones Heredia lucia con manchas limo en su fachada, el techo de tejas tenia agujeros inmensos, ventanas rotas, parecía una casa sacada de un cuadro pintado por un amante del terror. La casa pequeña tal vez de la peonada, se encontraba más conservada, un techo sobresalía del alero de la casa daba indicios de un viejo caney donde colocaban los obreros las sillas de montar. Se dividieron los obreros de don Anastasio en dos grupos de cinco hombres, unos comandado por él y el otro por el sr comisario, la cuadrilla de don Anastasio se fueron a la casa grande y la segunda a la otra casa.

La casa mayor tenía dentro de si el olor a moho; de la entrada principal no quedaba más que la marca donde hubo una puerta de madera. Al fondo de la espaciosa casa había una pequeña habitación que aún conservaba el techo de pálidas tejas, tenía  la puerta intacta y una cadena oxidada asegurada con un pesado candado que no tenía aspecto de tener de tener la misma edad de la casa. Don Anastasio no titubeo en abrir la pieza a pesar de su promesa hecha al sr Heredia, y le ordenó a uno de los obreros darle un disparo con la escopeta morocha que nunca la dejaba para su misión de búsqueda. Roto el candado, entraron apresuradamente con una sensación de encontrar allí el preciado tesoro que buscaban; pero solo encontraron un viejo depósito de herramientas y trastes de madera llenos de polillas. El piso a diferencia del resto de la casa era de tablas, y como destinado por la mano de Dios el mismo obrero que había dado con la bicicleta, se percató que en una esquina había una tabla ancha recostada de la pared; y debajo un bulto pequeño de paja, de inmediato se acercó retiró quitó la tabla y removió el mechón de paja que arrojó un descubrimiento enorme, pues ocultaba un candado conectado a dos aros de hierro que a su vez aseguraban la entrada a una especie de sótano, de inmediato oyeron como unos gemidos que venían del fondo. CONTINUARÁ... 

 

 

                                                                                                                                          

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