Se preguntaba dentro de sí, don Argimiro si aquella razón que le dio el forastero seria
cierta, el comisario del pueblo tenía ya varios días tratando de hacer contacto
con la comandancia de su
correspondencia; pero producto de fallas sistémicas con la comunicación se lo
había impedido.
Un excéntrico comentario en el fundo de don Anastasio
parecía tornar una confusión, o quizás un indicio del paradero de Anamelia; el
mismo trabajador que había dado traspié con la bicicleta de Anamelia trajo un
rumor del hato el roble donde el
encargado le comentó; sobre un hombre que pasaba por las noches por el
viejo camino real casi borrado por el
espeso pasto, hacia las ruinas del hato el triunfo abandonado hace muchos años.
El cual había pertenecido a la familia Heredia, dinastía del dueño del matadero
de ganado, el mismo encargado le había dado su propia conclusión al obrero “tal
vez sea el mocho Heredia que visita las ruinas del hato a rezarle a sus
difuntos”.
Según la descripción del caporal, con la luna clara se veía
el hombre vestido con una vestidura de
color oscuro; al parecer una guayabera cuyo borde daba casi a la rodilla y, un
sombrero de alas caídas que daba un aspecto sombrío. Regresaba por las
madrugadas cuando se estaba empezando la labor del ordeño; y el caporal en una
oportunidad lo alerto con un grito “juey” pero solo una sorda respuesta fue lo
que percibió del transeúnte. Quien ya tenía más de dos semanas en ese ir y venir.
Sin vacilación don Anastasio al enterarse del relato de
naturaleza intrigante, se dirigió al matadero del mocho Heredia para
solicitarle el permiso de revisar los predios de la finca abandonada; a lo que
el matador no le dio una respuesta favorable ya que le pareció una ofensa ir a
profanar las tumbas de sus antepasados que estaban allí en un cementerio
familiar. Don Anastasio le prometió por su nombre no irrespetar el lugar, pero
que así como el resguardaba su sentido de pertenencia por sus familiares;
debería de comprender con mayor fuerza la resiente perdida de su nieta. Como no
hubo manera de que el matador accediera, don Anastasio por respeto quiso
proceder por el camino derecho y, fue donde el comisario para que intercediera
por el ante el mocho Heredia para que accediera a su petición.
El comisario un hombre poco estudiado y poco conocedor de la
ley, pero muy justo en su humilde conocimiento y audaz en la elocuencia. Arribó
al matador con una amenaza infundada que podía traerle consecuencias graves al
intransigente hombre.
-sino accede a que se revise la fundación nosotros no
seremos su mayor problema, sino la división de secuestros cuando lleguen y ya
les mandé a dar aviso hoy por la mañana. Al parecer tal argumento fue valido
para cambiar la posición adoptada por el sr Heredia, con la sola petición que
no fuese al oscurecer, ya que él era un hombre muy supersticioso. Resuelto el inconveniente, el mismo comisario
se ofreció en acompañar a don Anastasio para incursionar en el lugar; una nueva
esperanza parecía asomarse para el corazón desgarrado del viejo Montoya.
Encontrándose en el lugar de las ruinas se podía sentir
cierto viento frio que impregnaba el ambiente. Dos casas grandes en con patio
sombrío por la presencia de cuatro gigantescas matas de mago, la casa matriz la
que quizás fue la casa de los patrones Heredia lucia con manchas limo en su
fachada, el techo de tejas tenia agujeros inmensos, ventanas rotas, parecía una
casa sacada de un cuadro pintado por un amante del terror. La casa pequeña tal
vez de la peonada, se encontraba más conservada, un techo sobresalía del alero
de la casa daba indicios de un viejo caney donde colocaban los obreros las
sillas de montar. Se dividieron los obreros de don Anastasio en dos grupos de
cinco hombres, unos comandado por él y el otro por el sr comisario, la
cuadrilla de don Anastasio se fueron a la casa grande y la segunda a la otra
casa.
La casa mayor tenía dentro de si el olor a moho; de la
entrada principal no quedaba más que la marca donde hubo una puerta de madera.
Al fondo de la espaciosa casa había una pequeña habitación que aún conservaba el
techo de pálidas tejas, tenía la puerta
intacta y una cadena oxidada asegurada con un pesado candado que no tenía
aspecto de tener de tener la misma edad de la casa. Don Anastasio no titubeo en
abrir la pieza a pesar de su promesa hecha al sr Heredia, y le ordenó a uno de
los obreros darle un disparo con la escopeta morocha que nunca la dejaba para
su misión de búsqueda. Roto el candado, entraron apresuradamente con una
sensación de encontrar allí el preciado tesoro que buscaban; pero solo
encontraron un viejo depósito de herramientas y trastes de madera llenos de
polillas. El piso a diferencia del resto de la casa era de tablas, y como
destinado por la mano de Dios el mismo obrero que había dado con la bicicleta,
se percató que en una esquina había una tabla ancha recostada de la pared; y
debajo un bulto pequeño de paja, de inmediato se acercó retiró quitó la tabla y
removió el mechón de paja que arrojó un descubrimiento enorme, pues ocultaba un
candado conectado a dos aros de hierro que a su vez aseguraban la entrada a una
especie de sótano, de inmediato oyeron como unos gemidos que venían del fondo.
CONTINUARÁ...
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