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NOVELA CORTA SOBRE UNA REALIDAD SANGRANTE QUE VIVE VENEZUELA: PRINCESAS DE LAS CALLES.

 

                                           I capitulo.  Una propuesta

 Pamela era una pequeña la mayor de tres hermanas, viviendo víctima de una crisis económica y social donde las oportunidades de manutención propia escasean cada día. Su madre había sido empleada de uno de los órganos del estado; pero producto de la perdida de la percepción del salario justo opto por salir a patear calle con sus tres nenas, para poder saciar la vecina que cada día tocaba su puerta, la sra hambre.

Madre: Hijas apúrense vamos a cortar por el cuartel Páez para llegar más rápido a la Bolívar.

Pamela: mama! -Grita 1 con cara angustia - espérate, creo que melisa tiene mareo.

La madre disminuye su paso apresurado y de devuelve a ver la palidez de su hija menor de apenas 5 años.

Madre: mi niña que te pasa? No te duermas—le decía la madre desesperada mientras la recostaba en sus piernas.

Pamela: mama eso es porque ayer solo comimos una sola vez.

Madre: si mami yo se, esperemos hoy nos vaya mejor.

Ángela: Mama y si vamos nuevamente donde el sr de la lavandería y le decimos que te de trabajo?

Madre: mi amor tú oíste lo que dijo que tuvo que retirar a los empleados más bien, y están operando las lavadoras la misma familia, ya veremos que Dios nos repara hoy vamos a calmarnos. Ariana  ya te sientes mejor?.

Ariana: si mami ya se me esta pasando las vueltas de la cabeza, pero  me siento como sin fuerza. Tengo hambre.

Madre: bueno vamos, vamos que hay que aprovechar la parada de la Bolívar para ver si conseguimos algo para la comida.

Continúan su ruta y a una cuadra de llegar a la avenida, una camioneta cerrada de color negro las intercepta. Pidiéndoles el chofer con voz ronca que se suban, la madre recelosa no accede a la petición. El hombre decide estacionar la camioneta, y baja de la camioneta.

Chofer: hola no se asuste señora, solo quiero hacerle una propuesta.

Madre: dígame que quiere?.

Chofer: le tengo una propuesta que la puede sacar de la situación que tiene.

Madre: si se trata de un trabajo se lo agradecería, mire que no tenemos ni para comer.

Chofer: bueno no se me asuste tampoco se me vaya a espantar por lo que le voy a proponer.

Madre: siempre y cuando sea algo honrado.

Chofer: no se si le parecerá del todo honrado pero, pero si hay dinero de por medio.

Madre: dígame entonces sí me parece bien sino, déjenos seguir.

Chofer: bueno le voy a hablar claro, por lo que se ve usted no tiene ni donde caer muerta y conozco gente interesada en esas tres menores suyas. Y le pueden aflojar bastante plata.

La madre se queda atónita, mirando fijamente al hombre sin responder una palabra.

                                           

                                            II HUYENDO DEL CRUEL DESTINO.

Como en un estado de letargo, y como carbón encendiéndose con la brisa de la ira; la mujer responde.

Madre: que te pasa? Yo no ando vendiendo mis hijas.

Cuando deciden continuar el camino, Ariana se había alejado un poco de la madre y el extraño hombre la tomo por un brazo en un intento de arrebatamiento. La madre con una vieja cartera donde cargaba un pote con agua, lo golpeo con todas sus fuerzas mientras  Ángela y Pamela le arremetían con sus pequeños pies dándole punta pie al extraño en el desespero de liberar su pequeña hermana; con el golpe de cartera el hombre perdió el equilibrio y soltó a la pequeña. Pero Ángela se le cayó su muñeca de trapos y quiso recuperarla, el hombre se recupera del golpe y la tomo, para generar una segunda ola de desespero. Pero esta vez logra subir a la camioneta; entre gritos y llanto arranco su vehículo, a toda velocidad y en el cruce próximo de la calle el raptor se estrelló con otro vehículo que salió de la nada. Sin perder tiempo la madre abrió la puerta del copiloto y saco a Ángela a toda prisa; con todas sus ganas hasta tener la sensación de estar a salvo.  Pasando por el frente de la simbólica casa de la alcaldía de la ciudad, se quedó observando por unos minutos la que anteriormente había sido su  casa; donde no solo  era su empleo sino una institución que era sinónimo de vida con dignidad y progreso, hasta que la plaga negra de la crisis llegara al país.

En el estacionamiento tres policías comentaban sobre la nueva adquisición del alcalde de la ciudad, un auto deportivo de color rojo brillante. Y ellas con la oscura compañía de la necesidad y la carencia; pamela en una interrogante de madurez mira a su madre.

Pamela: mami trabajar en la alcaldía da para tanto?

Madre: hace tiempo antes de esta peste económica, no daba para eso quizás pero si te daba para mucho; como la casita donde vivimos de allí reuní para comprarla.

 

Continúan su marcha hacia la avenida  llegan a la parada más concurrida del centro; aturdidas un  poco por el ruido de las cornetas de los autobuses vendedores ambulantes ofreciendo su mercancía. Entre los vendedores una chica resalta con su potente voz sin necesidad de parlante, grita una y otra vez ¡a la orden! Se acomodan a un lado de la acera del centro comercial. Dispuestas a emprender su faena, no solo pedían una limosna para poder comer como regalo a los pasajeros de cada colectivo pamela quien poseía un  regalo del cielo, les retribuía con una canción que con todo sentimiento terminaba así:

Pamela: “enterrad mi cuerpo cerca del mar en venezueeeeelaaaaaa!”.

A lo que la gente le respondía con un aplauso.

Sin saber que en otro punto de su historia, cantaría esa misma canción anhelándolo con el alma que esa frase se le hiciera realidad.

Lo peor para estas guerreras que en pocas ocasiones se les presentaba era tolerar las caras de desprecio de algunos pasajeros que les gritaban con términos despectivos.

Pasajeros: búscate un trabajo! búscate un marido! Quien te manda a parir tanto?

A lo que respondía pamela con carácter volátil como dinamita.

Pamela: no les estamos robando, estamos pidiendo para comer porque no queremos convertirnos en delincuentes…!!!

A lo que su madre le tenía que intervenir.

Madre: ya hija no te pongas a discutir.

Le decía mientras bajaban del bus.

Pamela: mamá pero es que no te puedes dejar decir lo que les dé la gana.

Madre: mi amor ya llevamos tiempo en esto ya sabes cómo es la gente, es más son algunos. Gente obstinada de la vida.

Esta frase las hizo reír a carcajadas.

Otros movían la cabeza murmurando con su compañero de puesto: ya falta poco para que todos andemos así que situación tan terrible en la que estamos…

Madre: vamos a ver cuánto tenemos aquí en estos billeticos.

En una pequeña junta familiar, cuentan el dinero.

Madre: tenemos 500 mil bs. Que podemos comprar? Será galletas?

Era una interrogante de ánimo para sí misma y sus niñas.

Madre: Ángela anda y pregunta cuánto vale una galleta una galleta en el kiosco, para ver si compramos una para cada una.

Ángela va con toda la alegría del mundo saltando porque sabe con una galleta se  empieza a alegrar el día, pero rápido vino la decepción. Se acerca al kiosco y sus ojos saltones se llenaron de una emoción que solo un niño puede sentir cuando las ganas de comer dulces se acumulan con el hambre.

Ángela: sr que precio tienen las galletas?

Vendedor: 3$ la más cara y 0,25$ la más barata.

Ángela: y cuanto es bs?

Vendedor: a cómo está el cambio hoy son 500 mil bs.

En su pequeña mente ya la desilusión surtía efecto, porque si para algo tenia habilidad Ángela era para los números a pesar de haber abandonado la escuela.

Ángela: mamá la más barata vale 500.

Madre: bueno ve y cómprala para dársela a Ariana.

A lo que Ángela reprocha doblando el cuello hacia atrás, sacudiendo sus pies con desgastados zapatos contra la acera y con llanto enfundado.

Ángela: ma y yo que voy a comer?

Madre: ya vamos a comprar para nosotras cuando reunamos algo más cálmate.

Al comprar la galleta la madre destapa la galleta que solo contiene una sola y se la entrega a Ariana, pamela tolera con mayor madurez este panorama, pero Ángela solo le queda imaginarse con ojos letárgicos el dulce manjar que no puede probar. En ese momento un funcionario de la policía se les acerca con una aparente actitud desagradable.


                              

                                       III     LA DESGRACIA TIENE CARA DE PERRO.

El funcionario se les acerca y les dice como quien es dueño del mundo agitando las manos de manera violenta.

Policía: retírense de la entrada del centro comercial vayan a estorbar a otro lado, aquí no pueden permanecer que cuando yo salga no estén aquí.

Un representante de la ley totalmente carente de lo que era el más mínimo de sentido de justicia y de consideración. La madre intenta alegar.

Madre: pero oficial no estamos estorbando para nada, ni siquiera estamos obstruyendo el paso.

Policía: no me importa, dije que se me vayan antes de yo salir a el dueño no le gusta ver gente sentada en la entrada.

 Le replica el policía de manera tajante y da la espalda como marcando una sentencia. Apresuradamente agarran su agua su bolso de mano y deciden moverse para la parada del otro lado de la calle, a continuar con su recolecta. Pero la desgracia estaba por aumentar a un nivel más progresivo. Al momento de cruzar la calle lo Hacen pegado a un autobús, este les obstruía para ver con precisión si del lado contrario venia algún vehículo.

Madre   : vamos, vamos pendiente miren para los lados; no se despeguen.

La madre en su afán como mamá gallina de cubrirlas a todas con sus alas, Ángela se retira un poco del circulo de protección. Y como un ángel de la muerte un motorizado aparece de la nada, haciendo una colisión contra ella haciendo volar como pluma su pequeña humanidad hasta un  aterrizaje por el rustico asfalto. El motorizado de manera irresponsable, se reincorpora en su moto luego de haberse caído enciende su moto de nuevo, y sale en una estampida huyendo de lo que ahora sería su responsabilidad. La gente se empieza a aglomerar; la madre cae en desespero al ver a su hija ensangrentada y en estado de inconciencia, gritos desgarradores de las pequeñas hermanas, hay un  ambiente de turbulencia y confusión gente acercándose queriendo ayudar sin saber, alguien grita llamen al 171 por favor, una  mujer llama al número de emergencia la respuesta del operador de turno no fue favorable ya que le indica que no hay unidades de rescate disponibles. Preguntaban unos a otros.

Tu puedes llevarla? -A lo que la mayoría respondía- no me da la gasolina para llegar hasta el hospital central.

Era la respuesta común de todo aquel  que se acercaba y tenía un vehículo. Otros no podían salirse de la cola donde ya tenían una semana esperando para recargar, lo que ahora se había convertido en un vital líquido.

Hasta que de en medio de la aglomeración un buen samaritano ofrece su único medio de transporte; una motocicleta. Toman entre cuatro personas a la niña, la madre se monta y entre ella y el piloto le recuestan la niña en sus piernas.

Madre: chamo por favor vamos rápido, se me muere¡¡- grita la madre en medio de su desespero.

Pamela por otro lado queda a cargo de su hermana, con una profunda interrogante ¿Qué hago? Le toco en un breve instante pasar de niña, a mujer encargada de su hermana y dictadora de decisiones.

                                IV La radiografía de una crisis hospitalaria.

Llegan a la entrada de la emergencia pediátrica, la madre llama como quien clama por ayuda y piedad.

Madre: ayúdenme por favor se muere mi hija!                     

Camillero!- Grita el sr encargado de la puerta- a lo que luego de varios llamados, viene un muchacho con una bata muy rala casi transparente con indicios que una vez fue blanca, viene empujando una camilla sin un colchón para amortiguar las tablas. La madre pone a la niña sobre la deteriorada camilla, y la conducen a la emergencia pediátrica. No hubo dilación en atenderla, en la sala de emergencias la niña recobra la conciencia, se encuentra desorientada y envuelta en llanto de miedo y dolor.

Ángela: ¿mami que me paso?

Madre: una moto te atropelló - mientras le indicaba con el dedo índice sobre sus labios que se callara.

La madre oía como en el proceso de salvaguardar la vida de su pequeña, los galenos hacían actos de magia entre sí.

Hay que pasarle volumen, decía el jefe de los residentes- No tenemos catéter doctor- respondía al instante una enfermera, pero le colocaremos una aguja de inyectadora para resolver la emergencia.

La angustiada madre pensaba- si me piden para comprar algo Dios y hoy no tuvimos ni para el desayuno.

Al parecer las paredes descubrieron su miedo, y se le presento el momento de enfrentarlo.

       Médico: Sra. necesitamos más gasas, para terminar de hacer la limpieza de las heridas- le dice el medico mientras destapaba el último paquete.

Madre: doctor no tengo ni siquiera para comer- dice la mujer, mientras una lágrima mojaba su rostro.

Envían a la niña por orden del galeno luego de asistirla y solventar la emergencia, a la sala de Rx para tomar una imagen de la pierna derecha, una sala oscura no solo por lo necesario de estos cuartos, sino por la falta de alumbrado; la mayoría de los pasillos del centro de salud, lo adornan lámparas rota y colgando de un extremo. La mujer entrega la indicación escrita por el médico, a un chico que sale a la puerta de la habitación el cual le dice:

Radiólogo: Sra. tenemos para hacer el Rx pero no para imprimirla. Tiene un teléfono inteligente para tomarle foto?

Madre: no mire no tengo, pero déjeme pedirle el favor a alguien.

Un familiar que estaba en cola por su paciente, le ofreció amablemente tomar la foto con su teléfono. Le hacen la radiografía a la pequeña, el medico ve la imagen, y su diagnóstico no fue favorable para la pequeña.

El doctor ve la imagen y su diagnóstico no es nada alentador.

Médico: tiene una fractura completa de fémur derecho, por eso el dolor cada cuando se mueve. Tenemos que operarla, y para eso necesitamos un material que aquí no lo tenemos.

La madre se lleva la mano derecha a su rostro inclinado, y la otra mano a su cintura, diciendo.

Madre: ay doctor! Yo no tengo condiciones para comprar material alguno. ¿Cómo hago? ¡Dios mío!

Médico: mira, trata de resolverlo y por ahora se queda hospitalizada, hasta que tengas el material, y logremos el turno quirúrgico.

Faltando poco para ocultarse el sol, llego Pamela jadeante y sudorosa al hospital con Ariana en brazos, habían tenido que caminar desde el centro al hospital central. Entre hambre y cansancio las tenían agobiadas. La madre sale con cara de angustia luego de que ubicaran a Ángela en una vieja cama con colchón roto, y emitía cierto olor a sangre con otros líquidos corporales. Le cuenta a Pamela lo que ya el médico le había hecho saber, por supuesto también le comenta sobre el material que hay que comprar.

No todo fue tan malo ese día, llegada la noche unos cristianos llevaron arepas y jugo de papelón para repartir en la emergencia pediátrica, vieron una luz en medio de un campo de tinieblas. Se acercaron a los repartidores les expusieron su caso y la otorgaron dos arepas para cada una, habían logrado saciar, lo que todo el día les había atormentado;  un estómago hambriento. Pasaron la noche en la sala de espera del hospital, que no era más que unos pocos viejos bancos agrietados debajo de un sombrío mango. No solo fue esa noche, otros días más ese fue su albergue; podían tener acceso a la comida no del abandonado hospital, donde solo servían un batido de arroz solo y sin azúcar; y para el almuerzo solo una cucharada de arroz en la bandeja y unos contados granos de alguna leguminosa. Eso solo ocurría cuando el menú era bueno, de lo contrario era solo arroz; pero en la noche tocaba el festín, pues toda la semana llegaban distintas organizaciones eclesiásticas con sus cavas y jarras a regalar no solo un alimento sino una sonrisa, así en particular lo percibían pamela y su familia.

Así pasó el tiempo por 85 días, caminaban Pamela y su pequeña hermana diariamente hasta su casa, para poder traer en pequeñas garrafas, el agua para el aseo personal de su madre, y Ángela ya que en el centro hospitalario, solo llegaba el vital líquido una vez por semana. Cumplido el tiempo reglamentario de hospitalización que son 90 para determinar una solución a una enfermedad no crónica, el doctor llama a la madre para tomar una decisión sobre la paciente.

                  V TRES TABLAS PARA ENTERRAR LA ESPERANZA.

Tantos días pasados sirvieron para que Ángela construyera una amistad sólida y dulce con un pintoresco amigo, que todo el servicio lo conocía como panchito.

Todas las mañanas iba a visitar a su amiga para brindarle su brillo con una sonrisa que de momento le hacía olvidar, las altas temperaturas y los dolores causados por la leucemia.

Jugando con un viejo carrito que le faltaban las ruedas traseras, pero ese era su máx. 5. Y él se sentía meteoro recorriendo la pared que le conducía hasta el cuarto de su nueva amiga, era panchito el de la trece, ese apellido se lo daba la rígida cama de colchón perforado que regurgitaba el aire cada cuanto se sentaba en el. Pero ese día la sonrisa duraría poco, un balde de agua congelada le caería ese día. Con el corazón lleno de la misma emoción que le embargaba  cada noche deseando que amaneciera; para ir de nuevo a ese pequeño territorio conquistado, donde una princesita lo esperaba para jugar. Se acercó esa mañana.

Panchito: hola Ángela, mira lo que te traje- en su mano izquierda un papel graso se dejaba ver-una arepa que te mando mi mamá es de carne mechada.

A lo que ella recibe, olvidando los tantos días de calle, donde el único desayuno de algunos días  era el hambre.

Ángela : gracias panchito déjame lavarme los dientes, ayer unos hermanos cristianos me trajeron un jabón y una crema dental de colores- expresa con ojos saltones, recordando ese sabor a flúor que hace un tiempo no sentía- ¿quieres probarla?.

Panchito: No ya me cepillé-repicó panchito haciendo del borde de la cama una pista de carreras.

Ángela: mamá dame el cepillo de dientes.

Madre: ya voy, ya voy hija- dice la madre mientras afanada recogía los pocos enceres que tenían en un rincón de la habitación.

Panchito: ¿porque tu mamá está arreglando todo?-preguntó cómo sospechando que iban a marcharse, y temiendo que su sospecha fuese cierta, pues para su desdicha así fue.

Ángela: nos vamos los doctores le dijeron a mi mamá que de no conseguir el material para mi operación teníamos que irnos, hasta que lo tengamos. Parece que el hueso se me soldó mal, algo así le dijeron a mi mamá, por eso hoy tenemos que irnos.

Era inevitable para panchito el de la trece, que un brillo de estrellas tristes se asomara en sus ojos, y un nudo en la garganta que le dilató el poder hablar.

Madre: ¿Qué pasó panchito te comieron la lengua los ratones? ¿o estas triste porque Ángela se va?-dice la madre mientras amarra bolsas y revisando que nada de lo poco que tiene se quede, sobre todo una ropa que le donaron, pues eran sus estrenos.

A lo que panchito respondió con un sordo silencio, bajando el rostro. Reincorporándose después, y  dice en tono de consolación.

Panchito: no ya estoy acostumbrado a las despedida-dice mientras encoge los hombros- la primera vez si me pegó cuando mi papá se fue de la casa.

Esto causo cierto viento congelado, cargado de melancolía. Ángela interrumpe la escena con una pregunta que no se si igual causante de tristeza o no; pero si fue útil para cambiar de conversación.

Ángela: ¿y tu mamá que no ha venido a visitarnos hoy?

Panchito: está llevándole una arepa a mi abuela que está tratando de sacar un dinero en el banco, tiene tres días en la cola.

Ángela: ¿y con quien te quedaste? ¿con tu padrastro?- panchito responde en tono burlón.

Panchito: ese se ganó a mi abuela, tiene cuatro días- decía señalando el número con sus dedos- tratando de echar gasolina y todavía no ha podido. Todavía está en la cola.

A su vez pregunta retorciendo su torso, como en una expresión de pena y de inseguridad.

Panchito: ¿Cuándo nos volvemos a ver?- esa pregunta se quedó con un vacío de respuesta, que luego el tiempo respondería con mayor certeza.

Ángela: tal vez  cunado te den de alta, como tu padrastro tiene carro y si tiene gasolina disponible; vas un día a visitarme- mientras se recostaba de la baranda de la cama, apoyando su mandíbula sobre su mano derecha, y una visible muestra de tristeza en esos hermosos ojos de color café intenso.

Panchito: bueno déjame que hable con ellos después que me cure- eso lo decía porque su inocencia no conocía, que su enfermedad fuese capaz de enseñarle las puertas de otro mundo a un ser humano- así te enseño como corre mi auto volador, que deje en casa. Antes que te vayas vamos al balcón, vamos a ver cómo están las palomas volando y te voy a ganar contándolas.

Ángela: ¡aja! Y silla de rueda ¿de dónde?- pregunta con tono sorpresivo.

Panchito: eso déjamelo a mí, tranquila.

Como un tornado salió de la habitación, en un abrir y cerrar de ojos estaba de vuelta con silla de ruedas en mano. Salieron al balcón el cómo caballo de batalla empujando con ímpetu el carruaje de aquella princesa; puestos en el balcón empezaron a observar cada paloma revoloteante y un mundo de colores empezó a dibujarse, era una mañana de risas de aprendizaje porque contaban los dos, él le enseñaba a ella el perfecto arte de las matemáticas. La vida ese día les daba una corta oportunidad de disfrutar su amistad, pues no sabían cuando volverían a encontrarse y sobre todo en cual estado de sus frágiles organismos. Hasta ese día se disfrutaron.

Se despidió Ángela de su pintoresco amigo, en su mano llevaba empuñado un hermoso regalo inolvidable, un carro de juguete al que le faltaban dos ruedas. Pamela esperaba con su hermana en los viejos bancos, la salida de la pequeña paciente a quien traían en silla de ruedas hasta la salida, la que casi no tenía paso; pues como un lago de cisnes indignados un grupo numeroso de enfermeros firmaban públicamente su renuncia de manera masiva, con carteles alusivos al motivo de la protesta:

                 “queremos sueldos dignos, no nos alcanza ni para el harina pan”

                  “somos profesionales, merecemos respeto”.

Camillero: se quedó el hospital sin enfermeras- dijo mientras pedía en voz alta permiso a los policías que empezaban a llegar para mantener el “orden público”- bueno hasta aquí las traigo ¿tienen quien las venga a buscar?- preguntó poniéndole el seguro a las ruedas.

Pamela: ¡mamá! El señor de esa camioneta vino tinto, va hacia donde vivimos yo lo escuche ¿le pido la cola?- ese fue el saludo de Pamela, ella comprendía la condición de su hermana que no podía caminar sin por lo menos el apoyo de unas muletas ya que la deformidad en la pierna le impedía una marcha firme.

Amablemente el señor de la camioneta se ofrece a llevarlas, ya que iban hacia el mismo sector.   

Llegaron a su pequeña casa, las esperaba con sus paredes descoloridas con un verdor a menos de la mitad causado por las lluvias de tantos inviernos. Pasaron los días y una extraña enfermedad atacó los pulmones de Ángela, cada vez era más difícil respirar y ponerse en pie, apoyada en los hombros de su hermana y su madre, parecía que la luz tenue  de su floreciente vida, iba perdiendo terreno contra la oscuridad del fin. El hambre hacía de su miembro de la familia todos los días, en momentos tenían que elegir si darle mayor porción a ella, o a la pequeña Ariana que también requería de la demanda del alimento; y su a corta edad los niños tienen la mala costumbre de no entender que no hay.

Pálida Ángela como  un copo de nieve, sin la posibilidad de llevarla al ambulatorio más cercano, ya que el único de la comunidad, el hampa común lo había desvalijado. Se quejaba como luchando por cada bocanada de aire, que le costaba una vida. Era un momento de angustia; la madre trataba de tragarse el llanto para no decaerse delante de las niñas. Pamela por primera vez le estaba viendo la cara a la fría e impiadosa muerte, perpleja y como quien está desubicado en un espacio desconocido no encontraba que hacer para socorrer a su hermana.

Madre: Dios mío ayúdame- clamaba con su lamento impregnado con lágrimas profundas de su alma, desmenuzada por la impotencia de querer sin tener nada. Entendía allí lo que era ser una consecuencia de los escombros de un país que sucumbió en pedazos. Con labios temblorosos a pesar de ser una mujer que poco culpaba a terceros de su desdicha exclamó:

Madre: ¡desgraciado gobierno! Como se me está yendo parte de mí.

Esa fue la última frase que oyó la pequeña antes de dar el último y trabajoso suspiro, y el Ángel de la muerte que tenía ya bastante rato esperando con su traje de lino fino, oscuro como noche sin luna hizo una reverencia con su sombrero; como si los presentes pudieran verlo y se marchó. Se marchitaba ese jardín con pequeñas once flores, carcomidas por el insecto voraz que reduce la vida a la nada. Solo llanto se oía dentro de la pequeña casa y tres espíritus saturados de dolor alrededor del inerte cuerpecito, emitían sus lamentos desgarradores.

Los vecinos salían a sus puertas a ver qué había sucedido, con cara de asombro e incertidumbre tres de ellos se acercan a la puerta preguntando qué había pasado. No sería extraño la preocupación de los de la cuadra ya que, las monarcas gozaban de cierto afecto en la sociedad.

Madre: ¡se me ha ido mi hija! ¡Se me ha ido!- gritaba con dolor desesperante la mujer, mientras sus piernas se debilitaban y caía sobre sus rodillas; entre los tres vecinos estaba María la cafetera que la abrazó tratando de darle un consuelo. En otro plano, Pamela con un profundo vacío se recostaba en la cabecera de su hermana que para ella estaba aún presente, como si la realidad fuese solo una cortina imaginaria de mentira; Ariana por su lado estaba tratando de asimilar si eso era un sueño pasajero o era un sueño profundo de no despertar jamás. Qué difícil es el concepto de la muerte para un cerebro tan pequeño.

En medio de tanto dolor, había una interrogante que hacer. A la que María no tardo en profesar.

María:  ¿ahora para el entierro?.

Preguntó pasándose la mano por la frente, y mirando fijamente a los dos hombres que la acompañaban, el antiguo bodeguero de la calle, la misma que cayó en quiebra hace un tiempo por la recesión; y el profesor universitario don Rubén Montilla avanzado de edad y de sus treinta y tantos años de servicio solo le quedo el buen nombre, su pésima jubilación reducida a la nada y el recuerdo de sus buenos años de servicio. Es decir entre los tres visitantes no se reunía ni para las velas, porque María y su venta de café solo le servía de sustento para el día a día de ella y sus cuatro hijos. No había la manera adecuada de decirle a la madre, tenemos que enterrarla.

Volviendo de su doloroso letargo, la madre recostada sobre una silla vieja de plástico bajando la cabeza y apoyando sus codos sobre sus rodillas. Se hizo la pregunta que ellos temían hacer

Madre: ¿Cómo voy hacer para enterrarla?

Entre los vecinos que se aglomeraban en la puerta, un muchacho de mucho ímpetu se ofreció en ir a preguntarle a don Mariano; un señor que a pocas cuadras tenía un pequeño taller de carpintería. Para solicitarle si podía fabricar un pequeño cajón sin paga. En efecto el humilde carpintero, de tres tablas viejas de una puerta que nunca hizo fabricó el rústico cajón.

 

Puesto el cajón en medio de la sala, la madre trae en sus brazos el pálido cuerpo como aferrándose a el sin querer dejarlo ir. Vestido con la mejor ropa un vestido blanco rasgado por el borde, muestra del paso del tiempo. Unos zapatos puntiagudos de la hija de una vecina, con los que había tomado la primera comunión; ya era una mujer no los necesitaría más. Esos eran los que adornaban los pies de Ángela.

Borrosa la visión de la madre por las pesadas lágrimas,  observa con detenimiento el cuerpo vacío de todo aliento viviente, y susurra como silbido del viento.

Madre: te has marchado tan temprano ¿tantas cosas que te faltaron por hacer? ¿Tantas cosas que no te pude dar?. Como deseo que te despiertes- como un reclamo a Dios por su perdida, empezó a hacer preguntas sin encontrar respuestas- ¿Por qué me has quitado una parte de mi alma Señor? ¿Qué fue lo que hice mal?- María se le acerca por la espalda y la toma por el hombro- amiga tenemos ya que enterrarla.

Ya había avanzado el día y era necesaria la sepultura, el mismo hombre que las había trasladado del hospital, dispuso de su camioneta para ir con el acto fúnebre hasta el cementerio. Abierta la fosa en el cementerio, justo al lado de otra recién abierta para el sepelio de un niño, depositaron el cuerpo de Ángela Pérez; allí en tres tablas se sellaba para siempre la ilusión, la inocencia y la esperanza de una mente inocente que nunca crecerá. Su eterno vecino, un niño que por la carestía en los centros oncológicos y no poder hacer el trasplante de médula; colgó sus botas y dejo de recorrer el pesado camino de su vida, y un letrero en su lápida que decía: “adiós para siempre, te amamos Panchito”. De qué manera se juntaron de nuevo Ángela y su amigo, Panchito el de la trece. Ahora jugaran con almohadas de nubes en el paraíso.

 

 

 

 

 

 

 

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